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Los Hechos de los Apóstoles
les encomendaron los oráculos del cielo, la revelación de la voluntad
de Dios. En los primeros días de Israel, las naciones del mundo, por
causa de sus prácticas corruptas, habían perdido el conocimiento de
Dios. Una vez le habían conocido; pero por cuanto “no le glorifica-
ron como a Dios, ni dieron gracias; antes se desvanecieron en sus
discursos, ... el necio corazón de ellos fué entenebrecido.”
Roma-
nos 1:21
. Sin embargo, en su misericordia, Dios no las borró de la
existencia. Se proponía darles una oportunidad de volver a conocer-
le por medio de su pueblo escogido. Mediante las enseñanzas del
servicio de los sacrificios, Cristo había de ser levantado ante todas
las naciones, y cuantos le miraran vivirían. Cristo era el fundamento
de la economía judía. Todo el sistema de los tipos y símbolos era
una profecía compacta del Evangelio, una presentación en la cual
estaban resumidas las promesas de la redención.
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Pero el pueblo de Israel perdió de vista sus grandes privilegios
como representante de Dios. Olvidaron a Dios, y dejaron de cumplir
su santa misión. Las bendiciones que recibieron no proporcionaron
bendición al mundo. Se apropiaron ellos de todas sus ventajas para
su propia glorificación. Se aislaron del mundo a fin de rehuir la
tentación. Las restricciones que Dios había impuesto a su asociación
con los idólatras para impedir que se conformasen a las prácticas de
los paganos, las usaban para edificar una muralla de separación entre
ellos y todas las demás naciones. Privaron a Dios del servicio que
requería de ellos, y privaron a sus semejantes de dirección religiosa
y de un ejemplo santo.
Los sacerdotes y gobernantes se estancaron en una rutina de ce-
remonias. Estaban satisfechos con una religión legal, y era imposible
para ellos dar a otros las verdades vivientes del cielo. Consideraban
cabalmente suficiente su propia justicia, y no deseaban que un nuevo
elemento se introdujera en su religión. No aceptaban la buena volun-
tad de Dios para con los hombres como algo independiente de ellos
mismos, sino que la relacionaban con sus propios méritos debidos a
sus buenas obras. La fe que obra por el amor y purifica el alma no
podía unirse con la religión de los fariseos, hecha de ceremonias y
de mandamientos de hombres.
En cuanto a Israel declara Dios: “Y yo te planté de buen vi-
dueño, simiente verdadera toda ella: ¿cómo pues te me has tornado
sarmientos de vid extraña?”
Jeremías 2:21
. “Es Israel una frondosa