Página 165 - Los Hechos de los Ap

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Tesalónica
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Cristo volverá con poder y grande gloria y establecerá su reino en
la tierra. Pablo creía en la segunda venida de Cristo. Tan clara y
vigorosamente presentó las verdades concernientes a este suceso,
que ellas hicieron en la mente de muchos que oían una impresión
que nunca se borró.
Por tres sábados sucesivos Pablo predicó a los tesalonicenses,
razonando con ellos de las Escrituras en cuanto a la vida, muerte, re-
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surrección, mediación, y gloria futura de Cristo, el Cordero “muerto
desde el principio del mundo.”
Apocalipsis 13:8
. Ensalzó a Cristo,
el debido entendimiento de cuyo ministerio es la llave que abre las
Escrituras del Antiguo Testamento y da acceso a sus ricos tesoros.
Cuando se proclamaron así las verdades del Evangelio en Te-
salónica con gran poder, se cautivó la atención de grandes congre-
gaciones. “Y algunos de ellos creyeron, y se juntaron con Pablo y
Silas; y de los Griegos religiosos grande multitud, y mujeres nobles
no pocas.”
Como en los lugares adonde fueron anteriormente, los apóstoles
tropezaron aquí con acérrima oposición. “Los Judíos que eran in-
crédulos,” tuvieron “celos.” Estos judíos no contaban entonces con
el favor del poder romano, porque no mucho antes habían provo-
cado una insurrección en Roma. Eran mirados con suspicacia, y su
libertad era restringida en cierta medida. Vieron ahora una oportuni-
dad para aprovecharse de las circunstancias, a fin de rehabilitarse,
y al mismo tiempo arrojar oprobio sobre los apóstoles y sobre los
conversos al cristianismo.
Se proponían hacer esto uniéndose con “algunos ociosos, malos
hombres,” por medio de los cuales lograron alborotar la ciudad.
Con la esperanza de encontrar a los apóstoles, asaltaron “la casa de
Jasón;” pero no hallaron a Pablo ni a Silas. Y “no hallándolos,” la
turba, en su loco chasco, “trajeron a Jasón, y a algunos hermanos
a los gobernadores de la ciudad, dando voces: Estos que alborotan
el mundo, también han venido acá; a los cuales Jasón ha recibido;
y todos éstos hacen contra los decretos de César, diciendo que hay
otro rey, Jesús.”
Como no se halló a Pablo ni a Silas, los magistrados pusieron
bajo fianza a los creyentes acusados, para mantener la paz. Temiendo
violencias adicionales, “los hermanos, luego de noche, enviaron a
Pablo y a Silas a Berea.”