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Los Hechos de los Apóstoles
Pablo mostró cuán estrechamente había ligado Dios el servicio
de los sacrificios con las profecías relativas a Aquel que iba a ser
llevado como cordero al matadero. El Mesías iba a dar su vida como
“expiación por el pecado.” Mirando hacia adelante a través de los
siglos las escenas de la expiación del Salvador, el profeta Isaías había
testificado que el Cordero de Dios “derramó su vida hasta la muerte,
y fué contado con los perversos, habiendo él llevado el pecado de
muchos, y orado por los transgresores.”
Isaías 53:7, 10, 12
.
El Salvador profetizado había de venir, no como un rey temporal,
para librar a la nación judía de opresores terrenales, sino como hom-
bre entre los hombres, para vivir una vida de pobreza y humildad, y
para ser al fin despreciado, rechazado y muerto. El Salvador predi-
cho en las Escrituras del Antiguo Testamento había de ofrecerse a sí
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mismo como sacrificio en favor de la especie caída, cumpliendo así
todos los requerimientos de la ley quebrantada. En él los sacrificios
típicos iban a encontrar la realidad prefigurada, y su muerte de cruz
iba a darle significado a toda la economía judía.
Pablo habló a los judíos tesalonicenses de su celo anterior por la
ley ceremonial, y del asombroso suceso que le había ocurrido junto
a las puertas de Damasco. Antes de su conversión había confiado
en una piedad heredada, una falsa esperanza. Su fe no había estado
anclada en Cristo; en vez de eso, había confiado en formas y ceremo-
nias. Su celo por la ley había estado desvinculado de la fe en Cristo,
y no tenía ningún valor. Mientras se vanagloriaba de ser intachable
en el cumplimiento de los requerimientos de la ley, había rechazado
a Aquel que daba valor a la ley.
Pero al convertirse, todo había cambiado. Jesús de Nazaret, a
quien había estado persiguiendo en la persona de sus santos, se le
apareció como el Mesías prometido. El perseguidor le vió como el
Hijo de Dios que había venido a la tierra en cumplimiento de las
profecías, y en cuya vida se cumplían todas las especificaciones de
los Escritos Sagrados.
Mientras Pablo proclamaba con santa audacia el Evangelio en
la sinagoga de Tesalónica, se derramaron raudales de luz sobre el
verdadero significado de los ritos y ceremonias relacionados con el
servicio del tabernáculo. Condujo el pensamiento de sus oyentes más
allá del servicio terrenal y del ministerio de Cristo en el santuario
celestial, al tiempo cuando, habiendo completado su obra mediadora,