Página 209 - Los Hechos de los Ap

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Días de trabajo y de prueba
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de pequeños santuarios e imágenes, modeladas conforme al templo
y la imagen de Diana. Los que se interesaban en esta industria
descubrieron que sus ganancias disminuían, y todos concordaron en
atribuir el desventurado cambio a las labores de Pablo.
Demetrio, un fabricante de templecitos de plata, reuniendo a
los que trabajaban en ese oficio, dijo: “Varones, sabéis que de este
oficio tenemos ganancia; y veis y oís que este Pablo, no solamente
en Efeso, sino a muchas gentes de casi toda el Asia, ha apartado
con persuasión, diciendo, que no son dioses los que se hacen con
las manos. Y no solamente hay peligro de que este negocio se nos
vuelva en reproche, sino también que el templo de la gran diosa
Diana sea estimado en nada, y comience a ser destruída su majestad,
la cual honra toda el Asia y el mundo.” Estas palabras despertaron las
excitables pasiones del pueblo. “Llenáronse de ira, y dieron alarido,
diciendo: ¡Grande es Diana de los Efesios!”
Rápidamente se difundió un informe de este discurso. “Y la
ciudad se llenó de confusión.” Se buscó a Pablo, pero el apóstol no
pudo ser hallado. Sus hermanos, siendo advertidos del peligro, le
hicieron salir apresuradamente del lugar. Fueron enviados ángeles
de Dios para guardar al apóstol; el tiempo en que había de morir
como mártir todavía no había llegado.
Ya que no podía encontrar el objeto de su ira, la turba se apoderó
de “Gayo y Aristarco, Macedonios, compañeros de Pablo,” y con
éstos, “unánimes se arrojaron al teatro.”
El lugar en que Pablo había sido ocultado no estaba muy distante,
y pronto se enteró él del peligro en que se hallaban sus amados
hermanos. Olvidando su propia seguridad, quiso ir al teatro para
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hablar a los que causaban el tumulto. Pero “los discípulos no le
dejaron.” Gayo y Aristarco no eran la presa que el pueblo buscaba;
de modo que no había de temerse que se les hiciese mucho daño.
Pero a la vista del pálido y agobiado rostro del apóstol, se hubieran
despertado las peores pasiones de la turba, y no habría habido la
menor posibilidad humana de salvar su vida.
Pablo estaba todavía ansioso de defender la verdad ante la mul-
titud; pero fué al fin disuadido por un mensaje de amonestación
enviado desde el teatro. “Algunos de los principales de Asia, que
eran sus amigos, enviaron a él rogando que no se presentase en el
teatro.”