Página 211 - Los Hechos de los Ap

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Días de trabajo y de prueba
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sacerdotes y artesanos paganos estaban comprometidos y por esta
razón levantaron contra Pablo la más acerba oposición.
La decisión del escribano y de otros que ocupaban puestos de
honor en la ciudad, había puesto a Pablo delante del pueblo como
una persona inocente de acto ilegal alguno. Este fué otro triunfo del
cristianismo sobre el error y la superstición. Dios había levantado a
un gran magistrado para vindicar a su apóstol y detener a la turba
tumultuosa. El corazón de Pablo se llenó de gratitud a Dios porque
su vida había sido conservada y el cristianismo no había cobrado
mala fama a causa del tumulto de Efeso.
“Y después que cesó el alboroto, llamando Pablo a los discípulos,
habiéndoles exhortado y abrazado, se despidió, y partió para ir a
Macedonia.” En este viaje fué acompañado por dos fieles hermanos
efesios, Tíquico y Trófimo.
Las labores de Pablo en Efeso terminaron. Su ministerio había
sido una época de labor incesante, de muchas pruebas y profunda
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angustia. El había enseñado a la gente en público y de casa en casa,
instruyéndola y amonestándola con muchas lágrimas. Había tenido
que hacer frente continuamente a la oposición de los judíos, quienes
no perdían oportunidad para excitar el sentimiento popular contra él.
Mientras batallaba así contra la oposición, impulsando con celo
incansable la obra del Evangelio y velando por los intereses de
una iglesia todavía nueva en la fe, Pablo sentía en su alma una
preocupación por todas las iglesias.
Las noticias de que había apostasía en algunas de las iglesias
levantadas por él, le causaban profunda tristeza. Temía que sus es-
fuerzos en favor de ellas pudieran resultar inútiles. Pasaba muchas
noches de desvelo en oración y ferviente meditación al conocer los
métodos que se empleaban para contrarrestar su trabajo. Cuando
tenía oportunidad y la condición de ellas lo demandaba, escribía a las
iglesias para reprenderlas, aconsejarlas, amonestarlas y animarlas.
En estas cartas, el apóstol no se explaya en sus propias pruebas; sin
embargo, ocasionalmente se vislumbran sus labores y sufrimientos
en la causa de Cristo. Por amor al Evangelio soportó azotes y pri-
siones, frío, hambre y sed, peligros en tierra y mar, en la ciudad y
en el desierto, de sus propios compatriotas y de los paganos y los
falsos hermanos. Fué difamado, maldecido, considerado como el
desecho de todos, angustiado, perseguido, atribulado en todo, estuvo