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Los Hechos de los Apóstoles
de incorrupción, y esto mortal sea vestido de inmortalidad. Y cuando
esto corruptible fuere vestido de incorrupción, y esto mortal fuere
vestido de inmortalidad, entonces se efectuará la palabra que está
escrita: Sorbida es la muerte con victoria. ¿Dónde está, oh muerte,
tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria? ... A Dios gracias, que
nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo.”
Glorioso es el triunfo que aguarda al fiel. El apóstol, compren-
diendo las posibilidades que estaban por delante de los creyentes
corintios, trató de exponerles algo que los elevara del egoísmo y la
sensualidad y glorificase su vida con la esperanza de la inmortalidad.
Fervorosamente los exhortó a ser leales a su alta vocación en Cristo.
“Hermanos míos amados—les suplicó,—estad firmes y constantes,
creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo
en el Señor no es vano.”
Así el apóstol, de la manera más decidida y expresiva, se esforzó
por corregir las falsas y peligrosas ideas y prácticas que prevalecían
en la iglesia de Corinto. Habló claramente, pero con amor por sus
almas. Mediante sus amonestaciones y reproches, brilló sobre ellos
la luz del trono de Dios, para revelar los pecados ocultos que estaban
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manchando sus vidas. ¿Cómo sería recibida?
Después de despachar la carta, Pablo temió que lo que había es-
crito hiriera demasiado profundamente a aquellos a quienes deseaba
beneficiar. Temió agudamente un alejamiento adicional, y algunas
veces deseaba retirar sus palabras. Aquellos que, como el apóstol,
han sentido responsabilidad por sus amadas iglesias o instituciones,
pueden apreciar mejor su depresión de espíritu y su acusación pro-
pia. Los siervos de Dios que llevan la carga de su obra para este
tiempo conocen algo de la misma experiencia de trabajo, conflicto
y ansioso cuidado que cayó en suerte al gran apóstol. Preocupado
por las divisiones de la iglesia, haciendo frente a la ingratitud y
traición de algunos a quienes había mirado en busca de simpatía
y sostén, comprendiendo el peligro de las iglesias que abrigaban
la iniquidad, compelido a dar un testimonio directo, escrutador, de
reproche contra el pecado, estaba al mismo tiempo oprimido por
el temor de que pudiera haber tratado a los corintios con severidad
excesiva. Con temblorosa ansiedad esperaba recibir algunas nuevas
en cuanto a la recepción de su mensaje.
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