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Los Hechos de los Apóstoles
Pablo se fué deteniendo en un punto tras otro, a fin de que los que
leyeran su epístola pudieran comprender plenamente la maravillosa
condescendencia de su Salvador con ellos. Presentando a Cristo
como era cuando era igual a Dios y recibía con él el homenaje de los
ángeles, el apóstol trazó su curso hasta cuando hubo alcanzado las
más bajas profundidades de la humillación. Pablo estaba convencido
de que si podía hacerles comprender el asombroso sacrificio hecho
por la Majestad del cielo, barrería de sus vidas todo su egoísmo.
Mostró cómo el Hijo de Dios había depuesto su gloria y se había
sometido voluntariamente a las condiciones de la naturaleza huma-
na; y entonces se había humillado como un siervo, llegando a ser
“obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (
Filipenses 2:8
), para
poder elevar a los hombres de la degradación a la esperanza y el
gozo del cielo.
Cuando estudiamos el carácter divino a la luz de la cruz, ve-
mos misericordia, ternura, espíritu perdonador unidos con equidad
y justicia. Vemos en medio del trono a uno que lleva en sus manos
y pies y en su costado las marcas del sufrimiento soportado para
reconciliar al hombre con Dios. Vemos a un Padre infinito que mora
en luz inaccesible, pero que nos recibe por los méritos de su Hijo.
La nube de la venganza que amenazaba solamente con la miseria
y la desesperación, revela, a la luz reflejada desde la cruz, el escri-
to de Dios: ¡Vive, pecador, vive! ¡Vosotros, almas arrepentidas y
creyentes, vivid! Yo he pagado el rescate.
Al contemplar a Cristo, nos detenemos en la orilla de un amor
inconmensurable. Nos esforzamos por hablar de este amor, pero nos
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faltan las palabras. Consideramos su vida en la tierra, su sacrifi-
cio por nosotros, su obra en el cielo como abogado nuestro, y las
mansiones que está preparando para aquellos que le aman; y sólo
podemos exclamar: ¡Oh! ¡qué altura y profundidad las del amor de
Cristo! “En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado
a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en
propiciación por nuestros pecados.” “Mirad cuál amor nos ha dado
el Padre, que seamos llamados hijos de Dios.”
1 Juan 4:10
;
3:1
.
En todo verdadero discípulo, este amor, como fuego sagrado,
arde en el altar del corazón. Fué en la tierra donde el amor de Dios
se reveló por Cristo. Es en la tierra donde sus hijos han de reflejar su