Página 235 - Los Hechos de los Ap

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Se escucha el mensaje
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“Teniendo el mismo espíritu de fe—continuó Pablo,—conforme
a lo que está escrito: Creí, por lo cual también hablé: nosotros tam-
bién creemos, por lo cual también hablamos.” Plenamente conven-
cido de la realidad de la verdad a él confiada, nada podía inducir a
Pablo a manejar engañosamente la palabra de Dios o a ocultar las
convicciones de su alma. No quería conformarse con las opiniones
del mundo para adquirir riqueza, honor o placer. Aunque en constan-
te peligro del martirio por la fe que había predicado a los corintios,
no se intimidaba; porque sabía que el que había muerto y resucitado
le levantaría de la tumba y le presentaría al Padre.
“Todas las cosas suceden por vosotros, para que la gracia di-
fundida en muchos acreciente la acción de gracias para gloria de
Dios.” (V.N.C.) No para engrandecerse a sí mismos predicaban los
apóstoles el Evangelio. Era la esperanza de salvar almas lo que los
inducía a dedicar sus vidas a esta obra. Y era esta esperanza lo que
les ayudaba a no abandonar sus esfuerzos por causa de los peligros
que los amenazaban o de los sufrimientos que soportaban.
“Por tanto—declaró Pablo,—no desmayamos: antes aunque éste
nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior empero se
renueva de día en día.” Pablo sentía el poder del enemigo; pero
aunque sus fuerzas físicas declinaban, declaraba fiel y resueltamente
el Evangelio de Cristo. Vestido con toda la armadura de Dios, este
héroe de la cruz proseguía la lucha. Su voz animosa lo proclamaba
triunfante en el combate. Fijando sus ojos en la recompensa de los
fieles, exclamó con tono de victoria: “Porque lo que al presente es
momentáneo y leve de nuestra tribulación, nos obra un sobremanera
alto y eterno peso de gloria; no mirando nosotros a las cosas que
se ven, sino a las que no se ven: porque las cosas que se ven son
temporales, mas las que no se ven son eternas.”
Es muy ferviente e impresionante la invitación del apóstol a
sus hermanos corintios a considerar de nuevo el inmaculado amor
de su Redentor. “Ya sabéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo—
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declaró,—que por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico; para
que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” Conocéis la
altura desde la cual se rebajó, la profundidad de la humillación a la
cual descendió. Habiendo emprendido la senda de la abnegación y
el sacrificio, no se apartó de ella hasta que hubo dado su vida. No
hubo descanso para él entre el trono y la cruz.