Página 239 - Los Hechos de los Ap

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Una iglesia generosa
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A este plan para el sostén del ministerio se refirió Pablo cuando
dijo: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio,
que vivan del evangelio.” Y más tarde, escribiendo a Timoteo, el
apóstol dijo: “Digno es el obrero de su jornal.”
1 Timoteo 5:18
.
El pago del diezmo no era sino una parte del plan de Dios para
el sostén de su servicio. Se especificaban divinamente numerosas
dádivas y ofrendas. Bajo el sistema judío, se le enseñaba al pueblo
a abrigar un espíritu de liberalidad, tanto en el sostén de la causa
de Dios, como en la provisión de las necesidades de los pobres. En
ocasiones especiales había ofrendas voluntarias. En ocasión de la
cosecha y la vendimia, se consagraban como ofrenda para el Señor
los primeros frutos del campo: el trigo, el vino y el aceite. Los
rebuscos y las esquinas del campo se reservaban para los pobres. Las
primicias de la lana cuando se trasquilaban las ovejas, y del grano
cuando se trillaba el trigo, se apartaban para Dios. Así también
se hacía con el primogénito de todos los animales. Se pagaba un
rescate por el primogénito de toda familia humana. Los primeros
frutos debían presentarse delante del Señor en el santuario, y se
dedicaban al uso de los sacerdotes.
Por este sistema de benevolencia, el Señor trataba de enseñar
a Israel que en todas las cosas él debía ser el primero. Así se les
recordaba que él era el propietario de sus campos, sus rebaños y sus
ganados; que era él quien enviaba la luz del sol y la lluvia que hacían
crecer y madurar la sementera. Todas las cosas que ellos poseían
eran de él. Ellos no eran sino sus mayordomos.
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No es propósito de Dios que los cristianos, cuyos privilegios
exceden por mucho a los de la nación judía, den menos liberalmen-
te que los judíos. “A cualquiera que fué dado mucho—declaró el
Salvador,—mucho será vuelto a demandar de él.”
Lucas 12:48
. La
liberalidad que se requería de los hebreos era en gran parte para
beneficio de su propia nación; hoy la obra de Dios abarca toda la
tierra. Cristo confió los tesoros del Evangelio a las manos de sus
seguidores, y les impuso la responsabilidad de dar las alegres nue-
vas de la salvación al mundo. Nuestras obligaciones son por cierto
mucho mayores que las del antiguo Israel.
A medida que la obra de Dios se extienda, se pedirá ayuda más
y más frecuentemente. Para que estas peticiones puedan atenderse,
los cristianos deben prestar atención al mandato: “Traed todos los