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Los Hechos de los Apóstoles
diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa.”
Malaquías 3:10
. Si
los profesos cristianos fueran fieles en traer a Dios sus diezmos y
ofrendas, su tesorería estaría llena. No habría entonces que recurrir a
exposiciones, loterías, o excursiones de placer para asegurar fondos
para el sostén del Evangelio.
Los hombres están tentados a usar sus medios en la complacen-
cia propia, en la satisfacción del apetito, en el atavío personal, o en el
embellecimiento de sus casas. Por estas cosas muchos miembros de
iglesia no vacilan en gastar liberalmente, y hasta con extravagancia.
Pero cuando se les pide que den para la tesorería del Señor, para lle-
var adelante su obra en la tierra, ponen dificultades. Sintiendo quizá
que no pueden hacer otra cosa, dan una suma mucho menor de la
que a menudo gastan en complacencias innecesarias. No manifiestan
verdadero amor por el servicio de Cristo, ni ferviente interés en la
salvación de las almas. ¿Qué de extraño tiene que la vida cristiana
de los tales sea una existencia débil y enfermiza?
Aquel cuyo corazón refulge con el amor de Cristo considerará no
solamente como un deber, sino como un placer, ayudar en el avance
de la obra más elevada y más santa encomendada al hombre: la de
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presentar al mundo las riquezas de la bondad, la misericordia y la
verdad.
Es el espíritu de la codicia lo que induce a los hombres a con-
servar para la complacencia propia los medios que por derecho
pertenecen a Dios, y este espíritu es tan aborrecible para él ahora
como cuando, mediante su profeta, censuró severamente a su pueblo
así: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado.
Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? Los diezmos y las primicias.
Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me
habéis robado.”
Malaquías 3:8, 9
.
El espíritu de liberalidad es el espíritu del cielo. Este espíritu
halla su más elevada manifestación en el sacrificio de Cristo en la
cruz. En nuestro favor, el Padre dió a su Hijo unigénito; y Cristo,
habiendo dado todo lo que tenía, se dió entonces a sí mismo, para
que el hombre pudiera ser salvo. La cruz del Calvario debe despertar
la benevolencia de todo seguidor del Salvador. El principio allí
ilustrado es el de dar, dar. “El que dice que está en él, debe andar
como él anduvo.”
1 Juan 2:6
.