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Los Hechos de los Apóstoles
las profecías concernientes a su advenimiento, su rechazamiento por
los judíos, y su muerte, mostrando que todas las especificaciones de
estas profecías se habían cumplido. Les dijo que debían considerar
este cumplimiento de la profecía como una garantía del poder que
los asistiría en sus labores futuras. “Entonces les abrió el sentido—
leemos,—para que entendiesen las Escrituras; y díjoles: Así está
escrito, y así fué necesario que el Cristo padeciese, y resucitase
de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el
arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones,
comenzando de Jerusalem.” Y añadió: “Vosotros sois testigos de
estas cosas.”
Lucas 24:45-48
.
Durante estos días que Cristo pasó con sus discípulos, obtuvie-
ron ellos una nueva experiencia. Mientras oían a su amado Señor
explicando las Escrituras a la luz de todo lo que había sucedido,
su fe en él se estableció plenamente. Llegaron al punto de poder
decir: “Yo sé a quién he creído.”
2 Timoteo 1:12
. Comenzaron a
comprender la naturaleza y extensión de su obra, a ver que habían
de proclamar al mundo las verdades que se les habían encomen-
dado. Los sucesos de la vida de Cristo, su muerte y resurrección,
las profecías que señalaban estos sucesos, los misterios del plan
de la salvación, el poder de Jesús para perdonar los pecados,—de
todas estas cosas habían sido testigos, y debían hacerlas conocer al
mundo. Debían proclamar el Evangelio de paz y salvación mediante
el arrepentimiento y el poder del Salvador.
Antes de ascender al cielo, Cristo dió a los discípulos su co-
misión. Les dijo que debían ser los ejecutores del testamento por
el cual él legaba al mundo los tesoros de la vida eterna. Vosotros
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habéis sido testigos de mi vida de sacrificio en favor del mundo, les
dijo. Habéis visto mis labores por Israel. Y aunque mi pueblo no
quiso acudir a mí para poder tener vida, a pesar de que los sacerdotes
y gobernantes han hecho conmigo lo que querían, aunque me han
rechazado, tendrán todavía otra oportunidad de aceptar al Hijo de
Dios. Habéis visto que recibo libremente a todos los que acuden a
mí confesando sus pecados. Al que a mí viene no lo echaré fuera
de ninguna manera. Os encomiendo a vosotros, mis discípulos, este
mensaje de misericordia. Ha de darse tanto a los judíos como a los
gentiles,—primero a Israel y entonces a todas las naciones, lenguas
y pueblos. Todos los que crean integrarán una iglesia.