Página 248 - Los Hechos de los Ap

Basic HTML Version

244
Los Hechos de los Apóstoles
codicia, y también para que aquellos que tenían conceptos fanáticos
en cuanto al trabajo manual recibieran una reprensión práctica.
Cuando Pablo visitó por primera vez a Corinto, se encontró entre
gente que desconfiaba de los motivos de los extranjeros. Los griegos
de la costa del mar eran hábiles traficantes. Tanto tiempo habían
seguido sus inescrupulosas prácticas comerciales, que habían llegado
a creer que la granjería era piedad, y que el obtener dinero, fuera por
medios limpios o sucios, era encomiable. Pablo estaba familiarizado
con sus características, y no quería darles ocasión para decir que
predicaba el Evangelio a fin de enriquecerse. Hubiera podido con
justicia pedir a sus oyentes corintios que le sostuvieran; pero estaba
dispuesto a renunciar a este derecho, no fuera que su utilidad y
éxito como ministro fueran perjudicados por la sospecha injusta de
que predicaba el Evangelio por ganancia. Trataba de eliminar toda
ocasión de ser mal interpretado, para que su mensaje no perdiera
fuerza.
Poco después de llegar a Corinto, Pablo encontró “a un Judío
llamado Aquila, natural del Ponto, que hacía poco que había venido
de Italia, y a Priscila su mujer.” Estos eran “de su oficio.” Desterra-
dos por el decreto de Claudio, que ordenaba a todos los judíos que
abandonaran Roma, Aquila y Priscila habían ido a Corinto, donde
establecieron un negocio como fabricantes de tiendas. Pablo averi-
guó en cuanto a ellos, y al descubrir que temían a Dios y trataban de
[282]
evitar las contaminadoras influencias que los rodeaban, “posó con
ellos, y trabajaba.... Y disputaba en la sinagoga todos los sábados, y
persuadía a Judíos y a Griegos.”
Hechos 18:2-4
.
Más tarde, Silas y Timoteo se unieron a Pablo en Corinto. Es-
tos hermanos trajeron consigo fondos para el sostén de la obra,
contribuidos por las iglesias de Macedonia.
En su segunda carta a los creyentes de Corinto, escrita después
que se hubo levantado una fuerte iglesia allí, Pablo reseñó su ma-
nera de vivir entre ellos. “¿Pequé yo—preguntó,—humillándome
a mí mismo, para que vosotros fueseis ensalzados, porque os he
predicado el evangelio de Dios de balde? He despojado las otras
iglesias, recibiendo salario para ministraros a vosotros. Y estando
con vosotros y teniendo necesidad, a ninguno fuí carga; porque lo
que me faltaba, suplieron los hermanos que vinieron de Macedonia:
y en todo me guardé de seros gravoso, y me guardaré. Es la verdad