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Los Hechos de los Apóstoles
por los judíos presentes, los cuales no hicieron ningún esfuerzo por
ocultar su odio al preso.
Félix era bastante perspicaz para discernir la disposición y el
carácter de los acusadores de Pablo. Sabía con qué motivo le habían
adulado, y notó también que no habían probado sus cargos contra
Pablo. Así que volviéndose hacia el acusado le hizo señas de que
se defendiese. Pablo no desperdició palabras en adulaciones, pero
declaró sencillamente que podía defenderse gustosamente ante Félix,
puesto que éste había sido durante tanto tiempo procurador que
comprendía las leyes y costumbres de los judíos. Refiriéndose a
las acusaciones que le hacían, mostró claramente que ninguna era
verdadera. Declaró que no había provocado disturbio en parte alguna
de Jerusalén, ni había profanado el templo. “Ni me hallaron en el
templo disputando con ninguno, ni haciendo concurso de multitud,
ni en sinagogas, ni en la ciudad; ni te pueden probar las cosas de que
ahora me acusan.”
Si bien confesó que “conforme a aquel Camino que llaman here-
jía,” había adorado al Dios de sus padres, aseveró que había creído
siempre en “todas las cosas que en la ley y en los profetas están es-
critas,” y que de acuerdo con las enseñanzas claras de las Escrituras,
tenía fe en la resurrección de los muertos. Y declaró además que el
propósito dominante de su vida era tener “siempre conciencia sin
remordimiento acerca de Dios y acerca de los hombres.”
Con candidez y sinceridad declaró el objeto de su visita a Jerusa-
lén, y las circunstancias de su arresto y juicio: “Mas pasados muchos
años, vine a hacer limosnas a mi nación, y ofrendas, cuando me
hallaron purificado en el templo (no con multitud ni con alboroto)
unos Judíos de Asia; los cuales debieron comparecer delante de ti, y
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acusarme, si contra mí tenían algo. O digan estos mismos si hallaron
en mí alguna cosa mal hecha, cuando yo estuve en el concilio, si
no sea que, estando entre ellos prorrumpí en alta voz: Acerca de la
resurrección de los muertos soy hoy juzgado de vosotros.”
El apóstol habló con fervor y evidente sinceridad, y sus palabras
eran convincentes. Claudio Lisias, en su carta a Félix, había dado
testimonio similar en cuanto a la conducta de Pablo. Además, Félix
conocía mejor la religión judía de lo que muchos suponían. La
sencilla declaración de Pablo sobre los hechos del caso, capacitó a
Félix para entender aun más claramente los móviles que regían a