Página 297 - Los Hechos de los Ap

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El juicio en Cesarea
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los judíos al acusar al apóstol de sedición y conducta traidora. El
gobernador no iba a complacerlos condenando injustamente a un
ciudadano romano, ni entregándolo para que lo mataran sin un juicio
imparcial. Sin embargo, Félix no conocía ningún móvil más elevado
que el interés propio, y estaba dominado por el amor a la alabanza
y el deseo de ascender. El temor de ofender a los judíos le impidió
hacer plena justicia al hombre que reconocía inocente. Y decidió,
por lo tanto, suspender el juicio hasta que Lisias estuviera presente,
diciendo: “Cuando descendiere el tribuno Lisias acabaré de conocer
de vuestro negocio.”
El apóstol permaneció preso, pero Félix mandó al centurión que
aliviara a Pablo de las prisiones, “y que no vedase a ninguno de sus
familiares servirle, o venir a él.”
No mucho tiempo después, Félix y su esposa Drusila hicieron
traer a Pablo, a fin de que en una entrevista privada pudiesen oír de él
“la fe que es en Jesucristo.” Estaban deseosos y hasta ansiosos de oír
esas nuevas verdades, verdades que posiblemente nunca volverían a
oír, y que, si las rechazaban, darían sumario testimonio contra ellos
en el día de Dios.
Pablo consideró que ésta era una oportunidad dada por Dios, y
la aprovechó fielmente. Sabía que estaba en presencia de alguien
que tenía facultad de quitarle la vida o de libertarlo; sin embargo,
no se dirigió a Félix y Drusila con alabanza o adulación. Sabía que
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sus palabras serían para ellos sabor de vida o de muerte, y olvidando
todas las consideraciones egoístas, trató de despertar en ellos la
conciencia de su peligro.
El apóstol comprendía que el Evangelio imponía responsabi-
lidades a cualquiera que oyese sus palabras; que algún día ellos
estarían entre los puros y santos alrededor del gran trono blanco, o
con aquellos a quienes Cristo diría: “Apartaos de mí, obradores de
maldad.”
Mateo 7:23
. Sabía que habría de encontrarse con cada uno
de sus oyentes ante el tribunal del cielo, y allí rendir cuenta, no sólo
de todo lo que hubiera dicho y hecho, sino aun de los motivos y del
espíritu de sus palabras y hechos.
Tan violento y cruel había sido el proceder de Félix, que pocos
se habían atrevido antes a insinuar siquiera que su carácter y con-
ducta no eran intachables. Pero Pablo no temía al hombre. Expuso
claramente su fe en Cristo y las razones de esa fe, y fué inducido así