Página 30 - Los Hechos de los Ap

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Capítulo 4—Pentecostés
Este capítulo está basado en Hechos 2:1-39.
Cuando los discípulos volvieron del Olivar a Jerusalén, la gente
los miraba, esperando ver en sus rostros expresiones de tristeza,
confusión y chasco; pero vieron alegría y triunfo. Los discípulos
no lloraban ahora esperanzas frustradas. Habían visto al Salvador
resucitado, y las palabras de su promesa de despedida repercutían
constantemente en sus oídos.
En obediencia a la orden de Cristo, aguardaron en Jerusalén la
promesa del Padre, el derramamiento del Espíritu. No aguardaron
ociosos. El relato dice que estaban “de continuo en el templo, ala-
bando y bendiciendo a Dios.” También se reunieron para presentar
sus pedidos al Padre en el nombre de Jesús. Sabían que tenían un
Representante en el cielo, un Abogado ante el trono de Dios. Con
solemne temor reverente se postraron en oración, repitiendo las pa-
labras impregnadas de seguridad: “Todo cuanto pidiereis al Padre
en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi
nombre: pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.”
Juan 16:23, 24
. Extendían más y más la mano de la fe, con el pode-
roso argumento: “Cristo es el que murió; más aún, el que también
resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también
intercede por nosotros.”
Romanos 8:34
.
Mientras los discípulos esperaban el cumplimiento de la pro-
mesa, humillaron sus corazones con verdadero arrepentimiento, y
confesaron su incredulidad. Al recordar las palabras que Cristo les
había hablado antes de su muerte, entendieron más plenamente su
significado. Fueron traídas de nuevo a su memoria verdades que
habían olvidado, y las repetían unos a otros. Se reprocharon a sí mis-
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mos el haber comprendido tan mal al Salvador. Como en procesión,
pasó delante de ellos una escena tras otra de su maravillosa vida.
Cuando meditaban en su vida pura y santa, sentían que no habría
trabajo demasiado duro, ni sacrificio demasiado grande, si tan sólo
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