Página 31 - Los Hechos de los Ap

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Pentecostés
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pudiesen ellos atestiguar con su vida la belleza del carácter de Cristo.
¡Oh, si tan sólo pudieran vivir de nuevo los tres años pasados, pen-
saban ellos, de cuán diferente modo procederían! Si sólo pudieran
ver al Señor de nuevo, cuán fervorosamente tratarían de mostrar la
profundidad de su amor y la sinceridad de la tristeza que sentían
por haberle apenado con palabras o actos de incredulidad. Pero se
consolaron con el pensamiento de que estaban perdonados. Y re-
solvieron que, hasta donde fuese posible, expiarían su incredulidad
confesándolo valientemente delante del mundo.
Los discípulos oraron con intenso fervor pidiendo capacidad
para encontrarse con los hombres, y en su trato diario hablar pala-
bras que pudieran guiar a los pecadores a Cristo. Poniendo aparte
toda diferencia, todo deseo de supremacía, se unieron en estrecho
compañerismo cristiano. Se acercaron más y más a Dios, y al hacer
esto, comprendieron cuán grande privilegio habían tenido al poder
asociarse tan estrechamente con Cristo. La tristeza llenó sus cora-
zones al pensar en cuántas veces le habían apenado por su tardo
entendimiento y su incomprensión de las lecciones que, para el bien
de ellos, estaba procurando enseñarles.
Estos días de preparación fueron días de profundo escudriña-
miento del corazón. Los discípulos sentían su necesidad espiritual, y
clamaban al Señor por la santa unción que los había de hacer idóneos
para la obra de salvar almas. No pedían una bendición simplemente
para sí. Estaban abrumados por la preocupación de salvar almas.
Comprendían que el Evangelio había de proclamarse al mundo, y
demandaban el poder que Cristo había prometido.
Durante la era patriarcal, la influencia del Espíritu Santo se había
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revelado a menudo en forma señalada, pero nunca en su plenitud.
Ahora, en obediencia a la palabra del Salvador, los discípulos ofre-
cieron sus súplicas por este don, y en el cielo Cristo añadió su
intercesión. Reclamó el don del Espíritu, para poderlo derramar
sobre su pueblo.
“Y como se cumplieron los días de Pentecostés, estaban todos
unánimes juntos; y de repente vino un estruendo del cielo como de
un viento recio que corría, el cual hinchió toda la casa donde estaban
sentados.”
Sobre los discípulos que esperaban y oraban vino el Espíritu con
una plenitud que alcanzó a todo corazón. El Ser Infinito se reveló