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Los Hechos de los Apóstoles
con poder a su iglesia. Era como si durante siglos esta influencia
hubiera estado restringida, y ahora el Cielo se regocijara en poder
derramar sobre la iglesia las riquezas de la gracia del Espíritu. Y
bajo la influencia del Espíritu, las palabras de arrepentimiento y
confesión se mezclaban con cantos de alabanza por el perdón de
los pecados. Se oían palabras de agradecimiento y de profecía.
Todo el Cielo se inclinó para contemplar y adorar la sabiduría del
incomparable e incomprensible amor. Extasiados de asombro, los
apóstoles exclamaron: “En esto consiste el amor.” Se asieron del
don impartido. ¿Y qué siguió? La espada del Espíritu, recién afilada
con el poder y bañada en los rayos del cielo, se abrió paso a través
de la incredulidad. Miles se convirtieron en un día.
“Es necesario que yo vaya—había dicho Cristo a sus
discípulos;—porque si yo no fuese, el Consolador no vendría a
vosotros; mas si yo fuere,
os
le enviaré.” “Pero cuando viniere aquel
Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; porque no hablará de
sí mismo, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las
cosas que han de venir.”
Juan 16:7, 13
.
La ascensión de Cristo al cielo fué la señal de que sus seguidores
iban a recibir la bendición prometida. Habían de esperarla antes
de empezar a hacer su obra. Cuando Cristo entró por los portales
celestiales, fué entronizado en medio de la adoración de los ángeles.
Tan pronto como esta ceremonia hubo terminado, el Espíritu Santo
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descendió sobre los discípulos en abundantes raudales, y Cristo fué
de veras glorificado con la misma gloria que había tenido con el
Padre, desde toda la eternidad. El derramamiento pentecostal era
la comunicación del Cielo de que el Redentor había iniciado su
ministerio celestial. De acuerdo con su promesa, había enviado el
Espíritu Santo del cielo a sus seguidores como prueba de que, como
sacerdote y rey, había recibido toda autoridad en el cielo y en la
tierra, y era el Ungido sobre su pueblo.
“Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se
asentó sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu
Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, como el Espíritu
les daba que hablasen.” El Espíritu Santo, asumiendo la forma de
lenguas de fuego, descansó sobre los que estaban congregados. Esto
era un emblema del don entonces concedido a los discípulos, que
los habilitaba para hablar con facilidad idiomas antes desconocidos