Página 305 - Los Hechos de los Ap

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“Casi me persuades”
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y jerarquía, y por eso eran favorecidos por el mundo. Pero estaban
desprovistos de los rasgos de carácter que Dios estima. Eran trans-
gresores de su ley, corrompidos de corazón y vida. Su conducta era
aborrecida por el Cielo.
El anciano preso, encadenado a los soldados que le servían de
guardia, no tenía en su apariencia nada que indujera al mundo a
rendirle homenaje. Sin embargo, en ese hombre aparentemente sin
amigos ni riquezas ni elevada posición, y mantenido preso a causa de
su fe en el Hijo de Dios, todo el cielo estaba interesado. Los ángeles
eran sus asistentes. Si se hubiese manifestado la gloria propia de
uno solo de estos resplandecientes mensajeros, la pompa y orgullo
de la realeza habrían palidecido; el rey y sus cortesanos habrían sido
postrados en tierra, como sucedió a los de la guardia romana que
vigilaban el sepulcro de Cristo.
Festo mismo presentó a Pablo ante la asamblea con las palabras:
“Rey Agripa, y todos los varones que estáis aquí juntos con noso-
tros: veis a éste, por el cual toda la multitud de los Judíos me ha
demandado en Jerusalem y aquí, dando voces que no conviene que
viva más; mas yo, hallando que ninguna cosa digna de muerte ha
hecho, y él mismo apelando a Augusto, he determinado enviarle:
del cual no tengo cosa cierta que escriba al señor; por lo que le he
sacado a vosotros, y mayormente a ti, oh rey Agripa, para que hecha
información, tenga yo qué escribir. Porque fuera de razón me parece
enviar un preso, y no informar de las causas.”
El rey Agripa le permitió ahora a Pablo hablar en su defensa.
El apóstol no se desconcertó por la brillante pompa, ni por la alta
jerarquía de su auditorio; porque sabía de cuán poco valor son
las riquezas y la posición mundanales. Las pompas terrenales y el
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poder ni por un momento intimidaron su valor o le despojaron de su
dominio propio.
“Oh rey Agripa, me tengo por dichoso—declaró él—de que haya
hoy de defenderme delante de ti; mayormente sabiendo tú todas
las costumbres y cuestiones que hay entre los Judíos: por lo cual te
ruego que me oigas con paciencia.”
Pablo relató la historia de su conversión desde su empecinado
descreimiento hasta que aceptó la fe en Jesús de Nazaret como el
Redentor del mundo. Describió la visión celestial que al principio le
había llenado de indescriptible terror, pero que después resultó ser