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Los Hechos de los Apóstoles
una fuente del mayor consuelo: una revelación de la gloria divina,
en medio de la cual estaba entronizado Aquel a quien él había des-
preciado y aborrecido, cuyos seguidores estaba tratando de destruir.
Desde aquella hora Pablo había sido un nuevo hombre, un sincero y
ferviente creyente en Jesús, gracias a la misericordia transformadora.
Con claridad y poder Pablo repasó ante Agripa los principales
acontecimientos relacionados con la vida de Cristo en la tierra.
Testificó que el Mesías de las profecías ya había aparecido en la
persona de Jesús de Nazaret. Mostró cómo las Escrituras del Antiguo
Testamento habían declarado que el Mesías debía aparecer como
un hombre entre los hombres; y cómo en la vida de Jesús se habían
cumplido todas las especificaciones dadas por Moisés y los profetas.
A fin de redimir un mundo perdido, el divino Hijo de Dios había
sufrido la cruz, menospreciando la vergüenza, y había ascendido a
los cielos triunfante de la muerte y el sepulcro.
¿Por qué, razonó Pablo, habría de parecer increíble que Cristo
hubiese resucitado de los muertos? Una vez le había parecido así a él
mismo; pero, ¿cómo podía dejar de creer lo que él mismo había visto
y oído? Cerca de las puertas de Damasco había de veras contemplado
al Cristo crucificado y resucitado, el mismo que había caminado por
las calles de Jerusalén, muerto en el Calvario, roto las ligaduras de la
muerte y ascendido al cielo. Lo había visto y había conversado con
él, tan ciertamente como Cefas, Santiago, Juan o cualquier otro de
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los discípulos. La Voz le había mandado proclamar el Evangelio de
un Salvador resucitado y, ¿cómo podía desobedecer? En Damasco,
en Jerusalén, por toda Judea, en las regiones más lejanas, había dado
testimonio de Jesús el Crucificado, exhortando a todos a “que se
arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de
arrepentimiento.”
“Por causa de esto—declaró el apóstol,—los Judíos, tomándome
en el templo tentaron matarme. Mas ayudado del auxilio de Dios,
persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a
grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y
Moisés dijeron que habían de venir: que Cristo había de padecer, y
ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al
pueblo y a los Gentiles.”
Todos habían escuchado extasiados el relato que hiciera Pablo de
las cosas maravillosas que había experimentado. El apóstol se estaba