Página 309 - Los Hechos de los Ap

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El viaje y el naufragio
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pacio, y habiendo apenas llegado delante de Gnido, no dejándonos
el viento, navegamos bajo de Creta, junto a Salmón. Y costeándola
difícilmente, llegamos a un lugar que llaman Buenos Puertos.”
En Buenos Puertos se vieron obligados a permanecer por algún
tiempo, esperando vientos favorables. El invierno se aproximaba y
era “ya peligrosa la navegación;” los encargados de la nave debieron
abandonar la esperanza de llegar a destino antes que terminara la
estación favorable del año para viajar por mar. Lo único que debían
decidir entonces era si convenía quedar en Buenos Puertos o intentar
llegar a un lugar más apropiado para invernar.
Esta cuestión fué muy discutida y finalmente referida por el
centurión a Pablo, quien se había ganado el respeto tanto de los
marineros como de los soldados. El apóstol, sin vacilar, les aconsejó
que quedaran donde estaban. “Varones—dijo,—veo que con trabajo
y mucho daño, no sólo de la cargazón y de la nave, mas aun de
nuestras personas, habrá de ser la navegación.” Pero el piloto, el
patrón de la nave y la mayoría de los pasajeros y la tripulación, no
quisieron aceptar este consejo. Por cuanto el puerto en que habían
anclado no tenía comodidad para invernar, “muchos acordaron pasar
aún de allí, por si pudiesen arribar a Fenice e invernar allí, que es un
puerto de Creta que mira al Nordeste y Sudeste.”
El centurión decidió seguir la opinión de la mayoría. Por con-
siguiente, “soplando el austro,” partieron de Buenos Puertos en la
esperanza de llegar pronto al puerto deseado. “Mas no mucho des-
pués dió en ella un viento repentino, ... y siendo arrebatada la nave,”
no pudo resistir contra el viento.
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Impulsada por la tormenta, la nave se acercó a la pequeña isla
de Clauda, y bajo su protección, los marineros se prepararon para
lo peor. El bote salvavidas, el único medio de salvación en caso
de que naufragase la nave, iba a remolque, y en peligro de hacerse
pedazos en cualquier momento. Su primera tarea era alzarlo a bordo.
Se tomaron todas las precauciones posibles para reforzar la nave y
prepararla para resistir la tempestad. La poca protección proporcio-
nada por la isleta no duró mucho tiempo, y pronto estaban expuestos
de nuevo a la plena violencia de la tormenta.
Rugió toda la noche, y a pesar de las medidas tomadas, el buque
hacía agua. “Al siguiente día alijaron.” Llegó nuevamente la noche,
pero el viento no amainaba. El buque, azotado por la tempestad, con