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Los Hechos de los Apóstoles
voroso pedido, imploró a Filemón que así como por su liberalidad
había refrigerado a los santos, refrescara el espíritu del apóstol con-
cediéndole este motivo de regocijo. “Teniendo yo confianza en tu
obediencia—agregó,—te he escrito, conociendo que tú harás aun
más de lo que te digo.” (Filem. 21.)
La carta de Pablo a Filemón muestra la influencia del Evangelio
en las relaciones entre amos y siervos. La esclavitud era una insti-
tución establecida en todo el Imperio Romano, y tanto amos como
esclavos se encontraban en la mayoría de las iglesias por las cuales
Pablo había trabajado. En las ciudades, donde a menudo el número
de esclavos era mayor que el de la población libre, se creía necesario
tener leyes de terrible severidad para mantenerlos en sujeción. Muy
a menudo un romano rico era dueño de cientos de esclavos, de toda
clase, de toda nación y de toda capacidad. Teniendo un control com-
pleto sobre las almas y cuerpos de estos desvalidos siervos, podía
infligirles cualquier sufrimiento que escogiera. Si alguno de ellos en
su propia defensa se aventuraba a levantar su mano contra su amo,
toda la familia del ofensor podía ser sacrificada despiadadamente.
La menor equivocación, accidente o falta de cuidado se castigaba
generalmente sin misericordia.
Algunos amos, más humanitarios que otros, mostraban mayor
indulgencia para con sus siervos; pero la gran mayoría de los ricos y
nobles daban rienda suelta a sus excesivas concupiscencias, pasiones
y apetitos, haciendo de sus esclavos las desdichadas víctimas de sus
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caprichos y tiranía. La tendencia de todo el sistema era sobremanera
degradante.
No era la obra del apóstol trastornar arbitraria o repentinamente
el orden establecido en la sociedad. Intentar eso hubiera impedido el
éxito del Evangelio. Pero enseñó principios que herían el mismo fun-
damento de la esclavitud, los cuales, llevados a efecto, seguramente
minarían todo el sistema. Donde estuviere “el Espíritu del Señor,
allí hay libertad” (
2 Corintios 3:17
), declaró. Una vez convertido, el
esclavo llegaba a ser miembro del cuerpo de Cristo, y como tal debía
ser amado y tratado como un hermano, un coheredero con su amo
de las bendiciones de Dios y de los privilegios del Evangelio. Por
otra parte, los siervos debían cumplir sus deberes, “no sirviendo al
ojo, como los que procuran agradar a los hombres, sino antes, como