Página 324 - Los Hechos de los Ap

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Capítulo 44—En la casa de César
El Evangelio ha logrado siempre sus mayores éxitos entre las
clases humildes. “No sois muchos sabios según la carne, no mu-
chos poderosos, no muchos nobles.”
1 Corintios 1:26
. No cabía
esperar que Pablo, pobre y desvalido preso, fuese capaz de atraer la
atención de las clases opulentas y aristocráticas de los ciudadanos
romanos, a quienes el vicio ofrecía todos sus halagos y los mantenía
en voluntaria esclavitud. Pero entre las fatigadas y menesterosas
víctimas de la opresión y aun de entre los infelices esclavos, muchos
escuchaban gozosamente las palabras de Pablo, y en la fe de Cristo
hallaban la esperanza y paz que les daban aliento para sobrellevar
las innumerables penalidades que les tocaban en suerte.
Sin embargo, aunque el apóstol comenzó su obra con los pobres
y humildes, la influencia de ella se dilató hasta alcanzar el mismo
palacio del emperador.
Roma era en ese tiempo la metrópoli del mundo. Los arrogantes
Césares dictaban leyes a casi cada nación de la tierra. Reyes y
cortesanos ignoraban al humilde Nazareno o le miraban con odio y
escarnio. Y sin embargo, en menos de dos años el Evangelio se abrió
camino desde la modesta morada del preso hasta las salas imperiales.
Pablo estaba encarcelado como un malhechor; pero “la palabra de
Dios no está presa.”
2 Timoteo 2:9
.
En años anteriores el apóstol había proclamado públicamente la
fe de Cristo con persuasivo poder; y mediante señales y milagros
había dado inequívoca evidencia del carácter divino de la misma.
Con noble firmeza se había presentado ante los sabios de Grecia, y
por sus conocimientos y elocuencia había silenciado los argumentos
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de los orgullosos filósofos. Con intrépida valentía se había presen-
tado ante reyes y gobernadores para disertar sobre la justicia, la
temperancia y el juicio venidero, hasta hacer temblar a los soberbios
gobernantes como si ya contemplaran los terrores del día de Dios.
Tales oportunidades no se le presentaban ahora al apóstol, confi-
nado en su propia casa; solamente podía proclamar la verdad a los
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