Página 325 - Los Hechos de los Ap

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En la casa de César
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que acudían a él. No tenía, como Moisés y Aarón, la orden divina de
presentarse ante el rey libertino, y en el nombre del gran YO SOY
reprochar su crueldad y opresión. No obstante, en ese mismo tiempo,
cuando el principal abogado del Evangelio estaba aparentemente
impedido de realizar trabajo público, se ganó una gran victoria para
la causa de Dios: miembros de la misma casa del rey fueron añadidos
a la iglesia.
En ninguna parte podía existir una atmósfera más antagónica
hacia el cristianismo que en la corte romana. Nerón parecía haber
borrado de su alma el último vestigio de lo divino, y aun de lo
humano, y llevar la misma estampa de Satanás. Sus asistentes y
cortesanos eran, en general, del mismo carácter: crueles, degradados
y corrompidos. Según todas las apariencias, sería imposible para el
cristianismo abrirse paso en la corte y palacio de Nerón.
No obstante, aun en este caso, como en muchos otros, se compro-
bó la veracidad de la afirmación de Pablo; que las armas de nuestra
milicia son “poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas.”
2 Corintios 10:4
. Aun en la misma casa de Nerón fueron ganados
trofeos para la cruz. De entre los viles siervos de un rey aun más
vil, se ganaron conversos que llegaron a ser hijos de Dios. No eran
cristianos secretos, sino que profesaban su fe abiertamente y no se
avergonzaban.
¿Y por qué medios alcanzó entrada y se abrió paso el cristianismo
donde su misma admisión parecía imposible? En su Epístola a
los Filipenses, Pablo atribuyó a su propio encarcelamiento el éxito
alcanzado en ganar conversos a la fe en la casa de Nerón. Temeroso
de que se pensara que sus aflicciones habían impedido el progreso
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del Evangelio, les aseguró esto: “Y quiero, hermanos, que sepáis
que las cosas que me han sucedido, han redundado más en provecho
del evangelio.”
Filipenses 1:12
.
Cuando las iglesias cristianas se enteraron por primera vez de
que Pablo iba a Roma, esperaron un marcado triunfo del Evangelio
en esa ciudad. Pablo había llevado la verdad a muchos países, y la
había proclamado en ciudades populosas. Por lo tanto, ¿no podía
este campeón de la fe ganar almas para Cristo aun en la metrópoli
del mundo? Pero se desvanecieron sus esperanzas al saber que Pablo
había ido a Roma en calidad de preso. Esperaban los cristianos
confiadamente ver cómo, una vez establecido el Evangelio en aquel