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Los Hechos de los Apóstoles
rables, el cristiano puede tratar de excusarse de obedecer la verdad
tal cual es en Jesús; pero no puede ofrecer una excusa razonable.
Poder hacerlo significaría demostrar que Dios es injusto al imponer
condiciones de salvación que sus hijos no sean capaces de cumplir.
Aquel cuyo corazón está resuelto a servir a Dios encontrará
oportunidades para testificar en su favor. Las dificultades serán
impotentes para detener al que esté resuelto a buscar primero el
reino de Dios y su justicia. Por el poder adquirido en la oración
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y el estudio de la Palabra, buscará la virtud y abandonará el vicio.
Mirando a Jesús, el autor y consumador de la fe, quien soportó la
contradicción de los pecadores contra sí mismo, el creyente afrontará
voluntariamente y con valor el desprecio y el escarnio. Aquel cuya
palabra es verdad promete ayuda y gracia suficientes para toda
circunstancia. Sus brazos eternos rodean al alma que se vuelve a él
en busca de ayuda. Podemos reposar confiadamente en su solicitud,
diciendo: “En el día que temo, yo en ti confío.”
Salmos 56:3
. Dios
cumplirá su promesa con todo aquel que deposite su confianza en él.
Por su propio ejemplo el Salvador ha demostrado que sus segui-
dores pueden estar en el mundo y con todo, no ser del mundo. No
vino para participar de sus ilusorios placeres, para dejarse influir por
sus costumbres y seguir sus prácticas, sino para hacer la voluntad de
su Padre, para buscar y salvar a los perdidos. Con este propósito, el
cristiano puede permanecer sin contaminación en cualquier circuns-
tancia. No importa su situación o condición, sea exaltada o humilde,
manifestará el poder de la religión verdadera en el fiel cumplimiento
del deber.
No es fuera de la prueba, sino en medio de ella, donde se desa-
rrolla el carácter cristiano. Expuestos a las contrariedades y la oposi-
ción, los seguidores de Cristo son inducidos a ejercer mayor vigilan-
cia y a orar más fervientemente al poderoso Auxiliador. Las duras
pruebas soportadas por la gracia de Dios, desarrollan paciencia, vi-
gilancia, fortaleza y profunda y permanente confianza en Dios. Este
es el triunfo de la fe cristiana que habilita a sus seguidores a sufrir
y a ser fuertes; a someterse y así conquistar; a ser muertos todo el
día y sin embargo vivir; a soportar la cruz y así ganar la corona de
gloria.
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