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Los Hechos de los Apóstoles
entenebrecido, ajenos de la vida de Dios ... por la dureza de su
corazón,” sino “avisadamente; no como necios, mas como sabios;
redimiendo el tiempo.”
Efesios 4:14, 13, 17, 18
;
5:15, 16
. Animó
a los creyentes a mirar hacia el tiempo cuando Cristo, que “amó a
la iglesia y se entregó a sí mismo por ella,” podría “presentársela
gloriosa para sí, una iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa
semejante,” una iglesia “santa y sin mancha.”
Efesios 5:25, 27
.
Estos mensajes, escritos, no con poder humano, sino con el de
Dios, contienen lecciones que deben ser estudiadas por todos, leccio-
nes que será provechoso repetir frecuentemente. En ellas encontra-
mos delineada la piedad práctica, se formulan principios que deben
ser seguidos en cada iglesia y se define el camino que lleva a la vida
eterna.
En su carta “a los santos y hermanos fieles en Cristo que están en
Colosas,” escrita mientras estaba preso en Roma, Pablo hace men-
ción de su regocijo por la constancia de ellos en la fe, cuyas buenas
nuevas le fueron traídas por Epafras, quien, escribió el apóstol, “nos
ha declarado vuestro amor en el Espíritu. Por lo cual—continúa,—
también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar
por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su
voluntad, en toda sabiduría y espiritual inteligencia; para que andéis
como es digno del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda
buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios: corroborados
de toda fortaleza, conforme a la potencia de su gloria, para toda
tolerancia y largura de ánimo con gozo.”
De este modo Pablo expresó en palabras sus deseos para con
los creyentes de Colosas. ¡Cuán elevado es el ideal que mantienen
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estas palabras ante el seguidor de Cristo! Muestran las maravillosas
posibilidades de la vida cristiana y hacen bien claro que no hay
límites para las bendiciones que los hijos de Dios pueden recibir.
Creciendo constantemente en el conocimiento de Dios, podían ir de
fortaleza en fortaleza, de altura en altura en la experiencia cristiana,
hasta que por “la potencia de su gloria,” llegasen a ser “aptos para
participar de la suerte de los santos en luz.”
El apóstol exaltó a Cristo delante de sus hermanos como aquel
por quien Dios había creado todas las cosas, y por quien había
labrado su redención. Declaró que la mano que sostiene los mundos
en el espacio y mantiene en su ordenada distribución e infatigable