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Los Hechos de los Apóstoles
sólo por un momento acogió la idea del perdón. Después mandó
que volviesen a llevar a Pablo a la mazmorra; y al cerrarse la puerta
tras el mensajero de Dios, se cerró para siempre al emperador de
Roma la puerta del arrepentimiento. Ya ningún rayo de luz del cielo
había de penetrar las tinieblas que le rodeaban. Pronto iba a sufrir
los juicios retributivos de Dios.
No mucho después de esto, Nerón zarpó hacia su vergonzosa
expedición a Grecia, donde se deshonró a sí mismo y a su reino
por medio de su despreciable y degradante frivolidad. Al regresar
a Roma con gran pompa, se rodeó de sus cortesanos y se entregó a
actos de repugnante corrupción. En medio de esa orgía se oyó una
voz de tumulto en las calles. Se envió un mensajero para averiguar
la causa, el cual regresó con las noticias aterradoras de que Galba,
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al frente de un ejército, marchaba rápidamente sobre Roma, que ya
había estallado la insurrección en la ciudad y que las calles estaban
llenas de un populacho enardecido, que amenazando con la muerte
al emperador y a todos sus colaboradores, se acercaba rápidamente
al palacio.
En ese tiempo de peligro, Nerón no tenía, como había tenido el
fiel Pablo, un Dios poderoso y compasivo en quien confiar. Temero-
so de los sufrimientos y posible tortura que podría verse obligado a
soportar a manos de la turba, el infeliz tirano pensó en suicidarse,
pero en el momento crítico le faltó el valor. Presa del terror, hu-
yó vergonzosamente de la ciudad y buscó refugio en una casa de
campo a pocos kilómetros de distancia; pero sin resultado. Pronto
se descubrió su escondite y como los soldados de caballería que
lo perseguían se acercaban, llamó a un esclavo en su auxilio, y se
infligió una herida mortal. Así pereció el tirano Nerón a la temprana
edad de treinta y dos años.
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