Página 347 - Los Hechos de los Ap

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Pablo nuevamente ante Nerón
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Presentó a sus oyentes el sacrificio realizado en bien de la raza caída.
Declaró que para la redención del hombre se había pagado un rescate
infinito, por el cual se le daba la posibilidad de compartir el trono de
Dios. Añadió que la tierra estaba relacionada con el cielo por medio
de ángeles y que todas las acciones de los hombres, buenas o malas,
están bajo la mirada de la Justicia Infinita.
Tal fué el alegato del abogado de la verdad. Fiel entre los infieles,
leal entre los desleales, se erguía como representante de Dios y su voz
era como una voz del cielo. No había temor, tristeza ni desaliento en
su palabra ni en su mirada. Firmemente, consciente de su inocencia,
revestido con la armadura de la verdad, se regocijaba al sentirse hijo
de Dios. Sus palabras eran como un grito de victoria que sobresalía
por encima del fragor de la batalla. Declaró que la causa a la cual
había dedicado su vida era la única que no podía fracasar. Aunque él
pereciera, el Evangelio no perecería. Dios vive y su verdad triunfará.
Muchos de los que le contemplaron aquel día “vieron su rostro
como el rostro de un ángel.”
Hechos 6:15
.
Nunca habían escuchado los circunstantes palabras como aqué-
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llas. Tocaron una cuerda que hizo vibrar aun el corazón más endu-
recido. La verdad clara y convincente desbarataba el error. La luz
iluminó el entendimiento de muchos que después siguieron alegre-
mente sus rayos. Las verdades declaradas aquel día iban a conmover
las naciones y perdurar a través de todos los tiempos, para influir en
el corazón de los hombres, aun cuando los labios que las pronuncia-
ban iban a quedar silenciosos en una tumba de mártir.
Nunca hasta entonces había oído Nerón la verdad como en aque-
lla ocasión. Nunca se le había revelado de tal manera la enorme
culpabilidad de su conducta. La luz del cielo penetró en los reco-
vecos de su alma manchada por la culpa y, aterrorizado, tembló
al pensar en un tribunal ante el cual él, gobernante del mundo, ha-
bría finalmente de comparecer para recibir el justo castigo de sus
obras. Temió Nerón al Dios del apóstol, y no se atrevió a dictar
sentencia contra Pablo, pues nadie había mantenido sus acusaciones.
Un sentimiento de pavor reprimió por algún tiempo su sanguinario
espíritu.
Por un momento se le abrió el cielo al culpable y empedernido
Nerón, y su paz y pureza le parecieron apetecibles. En aquel mo-
mento se le extendió aun a él la invitación de misericordia. Pero