Página 350 - Los Hechos de los Ap

Basic HTML Version

346
Los Hechos de los Apóstoles
Comenzó su carta con la salutación: “A Timoteo, amado hijo:
Gracia, misericordia, y paz de Dios el Padre y de Jesucristo nuestro
Señor. Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con
limpia conciencia, de que sin cesar tengo memoria de ti en mis
oraciones noche y día.”
Luego le instó sobre la necesidad de la constancia en la fe. “Por
lo cual te aconsejo que despiertes el don de Dios, que está en ti por
la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios el espíritu
de temor, sino el de fortaleza, y de amor, y de templanza. Por tanto
no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso
suyo; antes sé participante de los trabajos del evangelio según la
virtud de Dios.” Le suplicó que recordara que había sido llamado
“con vocación santa” a proclamar el poder de Aquel que “sacó a la
luz la vida y la inmortalidad por el evangelio; del cual—declaró—yo
soy puesto predicador, y apóstol, y maestro de los Gentiles. Por lo
cual asimismo padezco esto; mas no me avergüenzo, porque yo sé
a quién he creído y estoy cierto que es poderoso para guardar mi
depósito para aquel día.”
A través de su largo período de servicio, la fidelidad de Pablo
hacia su Salvador nunca vaciló. Dondequiera que estaba, fuera frente
a enfurruñados fariseos o a las autoridades romanas; fuera frente
a la furiosa turba de Listra, o los convictos pecadores de la cárcel
macedónica; fuera razonando con los marineros llenos de pánico
sobre el buque náufrago, o estando solo ante Nerón para defender
su vida, nunca se avergonzó de la causa en la cual militaba. El gran
propósito de su vida cristiana había sido servir a Aquel cuyo nombre
una vez lo había llenado de desprecio; y de este propósito no había
sido capaz de apartarlo ni la oposición ni la persecución. Su fe,
[399]
robustecida en el esfuerzo y purificada por el sacrificio, lo sostuvo y
lo fortaleció.
“Pues tú, hijo mío—continuó Pablo,—esfuérzate en la gracia
que es en Cristo Jesús. Y lo que has oído de mí entre muchos
testigos, esto encarga a los hombres fieles que serán idóneos también
para enseñar a otros. Tú, pues, sufre trabajos como fiel soldado de
Jesucristo.”
El verdadero ministro de Dios no rehuye los trabajos pesados
ni las responsabilidades. De la fuente que nunca falla para los que
sinceramente buscan el poder divino, saca fuerza que le capacita para