Página 357 - Los Hechos de los Ap

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Capítulo 50—Condenado a muerte
Durante la vista del proceso final de Pablo ante Nerón, éste quedó
vivamente impresionado por la lógica argumentación del procesado,
de suerte que sin absolverle ni condenarle, difirió el fallo. Pero no
tardó en renacer la malicia del emperador contra Pablo. Exasperado
al no poder atajar los progresos de la religión cristiana aun en la
misma casa imperial, determinó condenar a muerte al apóstol en
cuanto se deparase una oportuna ocasión. No tardó en pronunciar la
sentencia de muerte; pero como Pablo era ciudadano romano, no se
le podía atormentar, y así se le condenó a la decapitación.
El apóstol fué conducido secretamente al lugar de ejecución. A
pocos se les permitió presenciarla, porque alarmados sus persegui-
dores por la amplitud de su influencia, temieron que el espectáculo
de su muerte ganara más conversos al cristianismo. Pero aun los
empedernidos soldados que le escoltaban, al escuchar sus últimas
palabras, asombráronse de ver la placidez y hasta el gozo de la víc-
tima en presencia de la muerte. Para algunos de los circunstantes
fué sabor de vida para vida el contemplar su martirio, su espíritu de
perdón para con los verdugos y su inquebrantable confianza en Cris-
to hasta el último momento. Varios de ellos aceptaron al Salvador
predicado por Pablo, y no tardaron en sellar intrépidamente su fe
con su sangre.
Hasta su última hora, la vida del apóstol testificó de la verdad
de sus palabras a los corintios: “Porque Dios, que mandó que de las
tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros
corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios
en la faz de Jesucristo. Tenemos empero este tesoro en vasos de
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barro, para que la alteza del poder sea de Dios, y no de nosotros;
estando atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no
desesperamos; perseguidos, mas no desamparados; abatidos, mas
no perecemos; llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús
en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestada
en nuestros cuerpos.”
2 Corintios 4:6-10
. Su suficiencia no estaba
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