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Los Hechos de los Apóstoles
en él mismo, sino en la presencia e influencia del Espíritu divino
que llenaba su alma y sometía todo pensamiento a la voluntad de
Cristo. El profeta declara: “Tú le guardarás en completa paz, cuyo
pensamiento en ti persevera; porque en ti se ha confiado.”
Isaías 26:3
.
La paz celestial manifestada en el rostro de Pablo ganó a muchas
personas para el Evangelio.
Pablo llevaba consigo el ambiente del cielo. Todos cuantos le
trataban sentían la influencia de su unión con Cristo. Daba mayor
valía a su predicación la circunstancia de que sus obras estaban de
acuerdo con sus palabras. En esto consiste el poder de la verdad.
La impremeditada e inconsciente influencia de una vida santa, es
el más convincente sermón que puede predicarse en favor del cris-
tianismo. Puede ser que los argumentos, por irrebatibles que sean,
no provoquen más que oposición; pero un ejemplo piadoso entraña
fuerza irresistible.
Olvidóse el apóstol de sus inminentes sufrimientos para atender
solícitamente a los que iba a dejar expuestos al prejuicio, odio y
persecución de sus enemigos. Procuró fortalecer y alentar a los pocos
cristianos que le acompañaron al lugar de la ejecución repitiéndoles
las promesas dadas a los que padecen persecución por su amor a
la justicia. Les aseguró que nada de cuanto el Señor había dicho
respecto a sus atribulados y fieles hijos dejaría de cumplirse. Por
un corto tiempo, se verían tal vez apesadumbrados por múltiples
tentaciones y despojados de las comodidades terrenas; pero podrían
confortar su corazón con la seguridad de que Dios sería fiel y decir:
“Yo sé a quién he creído, y estoy cierto que es poderoso para guardar
mi depósito para aquel día.”
2 Timoteo 1:12
. Pronto acabaría la
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noche de prueba y sufrimiento, y alborearía la alegre mañana del día
de perfecta paz.
El apóstol contemplaba el gran más allá, no con temor e incer-
tidumbre, sino con gozosa esperanza y anhelosa expectación. Al
llegar al paraje del martirio, no vió la espada del verdugo ni la tierra
que iba a absorber su sangre, sino que a través del sereno cielo de
aquel día estival, miraba el trono del Eterno.
Este hombre de fe contemplaba la visión de la escalera de Jacob,
que representaba a Cristo, quien unió la tierra con el cielo, y al
hombre finito con el Dios infinito. Su fe se fortaleció al recordar
cómo los patriarcas y profetas habían confiado en Uno que fué