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Los Hechos de los Apóstoles
Estamos autorizados a tener el mismo concepto que tuvo el após-
tol amado de los que afirman morar en Cristo y viven transgrediendo
la ley de Dios. Existen en estos últimos días males semejantes a los
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que amenazaban la prosperidad de la iglesia primitiva; y las ense-
ñanzas del apóstol Juan acerca de estos puntos deben considerarse
con cuidadosa atención. “Debéis tener amor,” es el clamor que se
oye por doquiera, especialmente de parte de quienes se dicen santos.
Pero el amor verdadero es demasiado puro para cubrir un pecado
no confesado. Aunque debemos amar a las almas por las cuales
Cristo murió, no debemos transigir con el mal. No debemos unirnos
con los rebeldes y llamar a eso amor. Dios requiere de su pueblo
en esta época del mundo, que se mantenga de parte de lo justo tan
firmemente como lo hizo Juan cuando se opuso a los errores que
destruían las almas.
El apóstol enseñó que al mismo tiempo que manifestamos corte-
sía cristiana, estamos autorizados a tratar con el pecado y los pecado-
res en términos claros: que tal proceder no está en desacuerdo con el
amor verdadero. “Cualquiera que hace pecado—escribió,—traspasa
también la ley; pues el pecado es transgresión de la ley. Y sabéis
que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él.
Cualquiera que permanece en él, no peca; cualquiera que peca, no
le ha visto, ni le ha conocido.”
Como testigo de Cristo, Juan no entró en controversias ni en
fastidiosas disputas. Declaró lo que sabía, lo que había visto y oído.
Estuvo asociado íntimamente con Cristo, oyó sus enseñanzas y fué
testigo de sus poderosos milagros. Pocos pudieron ver las bellezas
del carácter de Cristo como Juan las vió. Para él las tinieblas habían
pasado; sobre él brillaba la luz verdadera. Su testimonio acerca
de la vida y muerte del Señor era claro y eficaz. Hablaba con un
corazón que rebosaba de amor hacia su Salvador; y ningún poder
podía detener sus palabras.
“Lo que era desde el principio—declaró,—lo que hemos oído, lo
que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado, y palparon
nuestras manos tocante al Verbo de vida, ... lo que hemos visto y oído,
eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión
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con nosotros: y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre,
y con su Hijo Jesucristo.”