Página 406 - Los Hechos de los Ap

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Capítulo 57—El Apocalipsis
En los días de los apóstoles, los creyentes cristianos estaban
llenos de celo y entusiasmo. Tan incansablemente trabajaban por
su Maestro que, en un tiempo relativamente corto, a pesar de la
terrible oposición, el Evangelio del reino se divulgó en todas las
partes habitadas de la tierra. El celo manifestado en ese tiempo
por los seguidores de Jesús fué registrado por la pluma inspirada
como estímulo para los creyentes de todas las épocas. De la iglesia
de Efeso, que el Señor Jesús usó como símbolo de toda la iglesia
cristiana de los días apostólicos, el Testigo fiel y verdadero declara:
“Yo sé tus obras, y tu trabajo y paciencia; y que tú no puedes
sufrir los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y
no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido
paciencia, y has trabajado por mi nombre, y no has desfallecido.”
Apocalipsis 2:2, 3
.
Al principio, la iglesia de Efeso se distinguía por su sencillez y
fervor. Los creyentes trataban seriamente de obedecer cada palabra
de Dios, y sus vidas revelaban un firme y sincero amor a Cristo.
Se regocijaban en hacer la voluntad de Dios porque el Salvador
moraba constantemente en sus corazones. Llenos de amor para con
su Redentor, su más alto propósito era ganar almas para él. No
pensaron en atesorar para sí el precioso tesoro de la gracia de Cristo.
Sentían la importancia de su vocación y, cargados con el mensaje:
“Sobre la tierra paz; entre los hombres buena voluntad,” ardían en
deseos de llevar las buenas nuevas de la salvación a los rincones más
remotos de la tierra. Y el mundo conoció que ellos habían estado con
Jesús. Pecadores arrepentidos, perdonados, limpiados y santificados
se allegaron a Dios por medio de su Hijo.
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Los miembros de la iglesia estaban unidos en sentimiento y ac-
ción. El amor a Cristo era la cadena de oro que los unía. Progresaban
en un conocimiento del Señor cada vez más perfecto, y en sus vidas
se revelaba el gozo y la paz de Cristo. Visitaban a los huérfanos y
a las viudas en su aflicción, y se guardaban sin mancha del mundo,
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