Página 407 - Los Hechos de los Ap

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El Apocalipsis
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pues comprendían que de no hacerlo, estarían contradiciendo su
profesión y negando a su Redentor.
La obra se llevaba adelante en cada ciudad. Se convertían almas
y a su vez éstas sentían que era su deber hablar a otros acerca del
inestimable tesoro que habían recibido. No podían descansar hasta
que la luz que había iluminado sus mentes brillara sobre otros.
Multitudes de incrédulos se enteraron de las razones de la esperanza
cristiana. Se hacían fervientes e inspiradas súplicas personales a los
errantes, a los perdidos y a los que, aunque profesaban conocer la
verdad, eran más amadores de los placeres que de Dios.
Pero después de un tiempo el celo de los creyentes comenzó
a disminuir, y su amor hacia Dios y su amor mutuo decreció. La
frialdad penetró en la iglesia. Algunos se olvidaron de la manera ma-
ravillosa en que habían recibido la verdad. Uno tras otro, los viejos
portaestandartes cayeron en su puesto. Algunos de los obreros más
jóvenes, que podrían haber sobrellevado las cargas de los soldados
de vanguardia, y así haberse preparado para dirigir sabiamente la
obra, se habían cansado de las verdades tan a menudo repetidas.
En su deseo de algo novedoso y sorprendente, intentaron introducir
nuevas fases de doctrina, más placenteras para muchas mentes, pero
en desarmonía con los principios fundamentales del Evangelio. A
causa de su confianza en sí mismos y su ceguera espiritual no pudie-
ron discernir que esos sofismas serían causa de que muchos pusieran
en duda las experiencias anteriores, y así producirían confusión e
incredulidad.
Al insistirse en esas doctrinas falsas y aparecer diferencias, la
vista de muchos fué desviada de Jesús, como el autor y consumador
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de su fe. La discusión de asuntos de doctrina sin importancia, y la
contemplación de agradables fábulas de invención humana, ocuparon
el tiempo que debiera haberse dedicado a predicar el Evangelio.
Las multitudes que podrían haberse convencido y convertido por la
fiel presentación de la verdad, quedaban desprevenidas. La piedad
menguaba rápidamente y Satanás parecía estar a punto de dominar a
los que decían seguir a Cristo.
Fué en esa hora crítica de la historia de la iglesia cuando Juan fué
sentenciado al destierro. Nunca antes había necesitado la iglesia su
voz como ahora. Casi todos sus anteriores asociados en el ministerio
habían sufrido el martirio. El remanente de los creyentes sufría una