Página 95 - Los Hechos de los Ap

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Días de preparación
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tomándole, lo trajo a los apóstoles, y contóles cómo había visto al
Señor en el camino, y que le había hablado, y cómo en Damasco
había hablado confiadamente en el nombre de Jesús.”
Al oír esto, los discípulos lo admitieron en su medio, y muy
luego tuvieron abundantes pruebas de la sinceridad de su experiencia
cristiana. El futuro apóstol de los gentiles estaba a la sazón en la
ciudad donde residían muchos de sus antiguos colegas, y anhelaba
explicar a estos dirigentes judíos las profecías referentes al Mesías,
que se habían cumplido con el advenimiento del Salvador. Tenía
Pablo la seguridad de que los doctores de Israel con quienes tan
bien relacionado estuvo, eran igualmente sinceros y honrados como
había sido él; pero no tuvo Pablo en cuenta el ánimo de sus colegas
judíos, y se trocaron en amargo desengaño las esperanzas que había
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puesto en su rápida conversión. Aunque “hablaba confiadamente en
el nombre del Señor: y disputaba con los Griegos,” los dignatarios
de la iglesia judaica no quisieron creer, y “procuraban matarle.”
Entristecióse el corazón de Pablo. De bonísima gana hubiera dado
su vida, si con ello trajera a alguien al conocimiento de la verdad.
Avergonzado, pensaba en la activa parte que había tomado en el
martirio de Esteban; y en su ansiedad de lavar la mancha arrojada
sobre el calumniado mártir, quería vindicar la verdad por la cual
había entregado Esteban su vida.
Afligido por la ceguera de los incrédulos, estaba Pablo orando en
el templo, según él mismo atestiguó después, cuando cayó en éxtasis,
y apareciósele un mensajero celestial que le dijo: “Date prisa, y sal
prestamente fuera de Jerusalem; porque no recibirán tu testimonio
de mí.”
Hechos 22:18
.
Pablo estaba inclinado a quedarse en Jerusalén, donde podría
arrostrar la oposición. Le parecía un acto cobarde la huída, si que-
dándose podía convencer a algunos de los obstinados judíos de la
verdad del mensaje evangélico, aunque el quedarse le costara la vida.
Así que respondió: “Señor, ellos saben que yo encerraba en cárcel,
y hería por las sinagogas a los que creían en ti; y cuando se derra-
maba la sangre de Esteban tu testigo, yo también estaba presente, y
consentía a su muerte y guardaba las ropas de los que lo mataban.”
Pero no estaba de acuerdo con los designios de Dios que su siervo
expusiera inútilmente su vida; y el mensajero celestial replicó: “Ve,
porque yo te tengo que enviar lejos a los Gentiles.”
Vers. 19-21
.