Capítulo 70—Alegría y buen ánimo
El cristiano verdadero es animoso
—No permitamos que las
perplejidades y preocupaciones de la vida diaria agiten nuestro es-
píritu y anublen nuestra frente. Si lo permitimos, siempre habrá
algo que nos moleste. La vida es como la hacemos, y hallaremos
lo que busquemos. Si procuramos tristeza y aflicción, si estamos
en disposición de magnificar las pequeñas dificultades, encontra-
remos bastantes de ellas para embargar nuestros pensamientos y
nuestra conversación. Pero si miramos el aspecto alegre de las cosas,
hallaremos lo suficiente para comunicarnos ánimo y felicidad. Si
damos sonrisas, ellas nos serán devueltas; si pronunciamos palabras
agradables y alentadoras, nos serán repetidas.
Cuando los cristianos parecen tétricos y deprimidos, como si se
considerasen sin amigos, dejan una impresión errónea acerca de la
religión. En algunos casos, se ha tenido la idea de que la alegría
no cuadra con la dignidad del carácter cristiano, pero esto es un
error. En el cielo todo es gozo; y si admitimos los goces del cielo en
nuestra alma y, hasta donde podamos, los expresamos en nuestras
palabras y conducta, ocasionaremos a nuestro Padre celestial más
agrado que si somos sombríos y tristes.
A todos incumbe el deber de cultivar el buen ánimo en vez de
rumiar sus tristezas y dificultades. Muchos son los que no sólo se
hacen desdichados así, sino que sacrifican su salud y felicidad a
una imaginación mórbida. Hay en derredor suyo cosas que no son
agradables, y se los ve de continuo con un rostro ceñudo que expresa
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su descontento con más claridad que las palabras. Estas emociones
deprimentes perjudican mucho a la salud; porque al estorbar el
proceso de la digestión traban la nutrición. Si bien el pesar y la
ansiedad no pueden remediar un solo mal, pueden causar mucho
daño; pero la alegría y esperanza, mientras iluminan la senda de los
demás, “son vida a los que las hallan, y medicina a toda su carne.
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