Página 425 - El Hogar Cristiano (2007)

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Cómo elige el cristiano sus recreaciones
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las mejores reuniones sociales y las promiscuas y degradadas concu-
rrencias del salón de bailes de baja ralea. Sin embargo, todas estas
cosas constituyen pasos en la senda de la disipación
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La danza de David no sienta precedente
—El hecho de que,
en su alegría reverente, David bailó delante de Dios ha sido citado
por los amantes de los placeres mundanos para justificar los bailes
modernos; pero este argumento no tiene fundamento. En nuestros
días, el baile va asociado con insensateces y festines de mediano-
che. La salud y la moral se sacrifican en aras del placer. Los que
frecuentan los salones de bailes no hacen de Dios el objeto de su
contemplación y reverencia. La oración o los cantos de alabanza
serían considerados intempestivos en esas asambleas y reuniones.
Esta prueba debiera ser decisiva. Los cristianos verdaderos no han
de procurar las diversiones que tienden a debilitar el amor a las cosas
sagradas y a aminorar nuestro gozo en el servicio de Dios. La música
y la danza de alegre alabanza a Dios mientras se transportaba el arca
no se asemejaban para nada a la disipación de los bailes modernos.
Las primeras tenían por objeto recordar a Dios y ensalzar su santo
nombre. Los segundos son un medio que Satanás usa para hacer que
los hombres se olviden de Dios y le deshonren
Los naipes son preludio del delito
—Debiera prohibirse el jue-
go de naipes. Las tendencias y las compañías relacionadas con él son
peligrosas. El príncipe de las potestades tenebrosas preside en la sala
de juegos y doquiera se juegue a los naipes. Los malos ángeles son
huéspedes familiares en esos lugares. En tales diversiones, no hay
nada que beneficie al alma o al cuerpo. Nada hay que fortalezca el
intelecto o que le proporcione ideas valiosas para un empleo futuro.
La conversación gira en derredor de temas triviales y degradantes....
La pericia con la baraja no tardará en provocar un deseo de aprove-
char ese conocimiento y tacto para obtener un beneficio personal. Se
juega por una suma pequeña, y luego por otra mayor, hasta que se
adquiere la sed del juego, que conduce a la ruina inevitable. ¡Cuán-
tos fueron arrastrados por esta diversión perniciosa a toda práctica
pecaminosa, a la pobreza, a la cárcel, al homicidio y al cadalso! Y
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sin embargo, muchos padres no ven el terrible abismo de ruina que
quiere tragarse a nuestros jóvenes
El temor de singularizarse
—Los cristianos profesos, pero su-
perficiales en su carácter y experiencia religiosa, son empleados por