La vida en el hogar edénico
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más completo y más dulce. El trato puro con seres santos, la vida
social y armoniosa con los ángeles bienaventurados y con los fieles
de todas las edades que lavaron sus vestiduras y las emblanquecieron
en la sangre del Cordero, los lazos sagrados que unen a “toda la
familia en los cielos, y en la tierra”—todo eso constituye la dicha de
los redimidos
Las naciones de los salvos no conocerán otra ley que la del
cielo. Todos constituirán una familia feliz y unida, ataviada con las
vestiduras de alabanza y agradecimiento. Al presenciar la escena,
las estrellas de la mañana cantarán juntas, y los hijos de los hombres
aclamarán de gozo, mientras Dios y Cristo se unirán para proclamar:
No habrá más pecado ni muerte
Desde aquella escena de gozo celestial [la ascensión de Cristo],
nos llega a la tierra el eco de las palabras admirables de Cristo:
“Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.”
La familia del cielo y la familia de la tierra son una. Nuestro Señor
ascendió para nuestro bien y para nuestro bien vive. “Por lo cual
puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios,
viviendo siempre para interceder por ellos.
Aunque se demore, la promesa es segura
—Largo tiempo he-
mos esperado el retorno del Salvador, pero ello no quita seguridad
a su promesa. Pronto estaremos en la patria prometida. Allí Jesús
nos conducirá junto al vivo caudal que fluye del trono de Dios y nos
explicará las obscuras providencias por las cuales nos hizo pasar en
esta tierra para perfeccionar nuestro carácter. Allí contemplaremos
con límpida visión las bellezas del Edén restaurado. Arrojando a
los pies del Redentor las coronas que puso sobre nuestras cabezas
y tocando nuestras arpas de oro, llenaremos todo el cielo con las
alabanzas del que está sentado en su trono
Todo lo hermoso de nuestra patria terrenal ha de recor darnos el
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río de cristal y los campos verdes, los árboles ondeantes y las fuentes
de aguas vivas, la ciudad resplandeciente y los cantores vestidos
de blanco de nuestra patria celestial, el mundo de una belleza que
ningún pintor puede reproducir y que ninguna lengua humana puede
describir. “Cosas que ojo no vió, ni oreja oyó, ni han subido en
corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que
le aman.
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