Página 222 - Hijas de Dios (2008)

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Hijas de Dios
La muerte del esposo
Carta escrita a Fannie Capehart, de la ciudad de Washington,
cuando había perdido a su esposo. Elena G. de White le recuerda
su propia experiencia cuando su esposo Jaime murió
.
Mi querida hermana: Recién leí su carta, y no quiero demorarme
en contestarle porque quizá estas líneas puedan traer alivio a su
mente.
Mi esposo murió en Battle Creek en 1881. Durante un año no
pude soportar la idea de estar sola. Mi esposo y yo habíamos hecho
la obra ministerial lado a lado, y por un año después de su muerte,
me resultaba difícil entender por qué había sido dejada sola para
llevar adelante las responsabilidades que antes habíamos realizado
juntos. Durante ese primer año, en lugar de recobrarme, estuve cerca
de la muerte. Pero no quiero seguir recordando esos momentos.
Mientras mi esposo yacía en el féretro, nuestros buenos herma-
nos me urgían a que orásemos para que la vida le fuese devuelta.
Pero les dije: No, no. Mientras vivía hizo el trabajo que debía ha-
ber sido hecho por dos o tres hombres. Ahora descansa. ¿Por qué
rogar que vuelva a la vida para pasar otra vez lo que él ha pasado?
“Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el
Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus
obras con ellos siguen”.
Apocalipsis 14:13
.
Ese año que siguió a la muerte de mi esposo fue un año lleno de
sufrimiento para mí. Llegué a estar tan débil que pensé que no viviría.
Algunos miembros de la familia pensaron que se podría encender
una chispa de esperanza en mi vida, si me podían convencer de
asistir al congreso en Healdsburg. El congreso se iba a realizar en
una arboleda cerca de mi hogar. Mis parientes esperaban que el
Señor me revelase durante el congreso que me iba a extender la vida.
Estaba tan pálida que no había color en mi rostro. Un domingo, me
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cargaron en un carruaje cómodo y me llevaron al congreso. La carpa
estaba completamente llena; parecía que casi toda la ciudad estaba
presente.
Se colocó un sofá en la amplia plataforma donde estaba el púlpi-
to, y allí me pusieron de la forma más confortable posible. Durante
la reunión le dije a mi hijo Willie que me ayudara a ponerme de pie