256
Hijas de Dios
que mi impresión era que ese artículo no recomendaba positiva-
mente la ordenación de mujeres al ministerio evangélico, sino que
básicamente se refería a la ordenación de mujeres temerosas de Dios
como diaconisas en las iglesias locales.
[254]
Desde que le escribí, he encontrado el artículo de referencia, y
he sacado copias. Adjunto, encontrará copia de este artículo.—
The
Review and Herald, 9 de julio de 1895
. También estoy enviando
una copia al presidente de su Asociación, pastor E. L. Neff, y al
presidente de su Unión, pastor J. W. Christian, a fin de que sepan lo
que le he enviado a usted.
Aunque no es parte de mi tarea [en el Patrimonio White] inter-
pretar lo que ha sido escrito, perdóneme por expresar mi convicción
de que este artículo publicado en la
Review
no se refiere a la ordena-
ción de mujeres al ministerio evangélico, sino más bien toca el tema
de apartar para deberes especiales a ciertas mujeres temerosas de
Dios, en las iglesias donde las circunstancias se presten para ello.
Quisiera agregar además que la Hna. White fue personalmen-
te muy cuidadosa en relación al asunto de ordenar mujeres como
ministros del evangelio. A menudo ella habló de los peligros a los
que estaría expuesta la iglesia por esta práctica, frente a un mundo
opuesto a esto. Debo decirle que nunca he visto una declaración
proveniente de su pluma en la que recomiende, en forma oficial
y formal, la ordenación de mujeres al ministerio evangélico, para
realizar las labores públicas que se esperan de un ministro ordenado.
No estoy sugiriendo con esto—y mucho menos declarando—,
que las mujeres no están capacitadas para la obra pública, y que
no debieran ser ordenadas jamás. Simplemente estoy diciendo que,
de acuerdo a mi conocimiento, la Hna. White nunca recomendó a
los dirigentes de la iglesia separarse de la costumbre general de la
iglesia en este asunto”.
Clarence Crisler.
Conclusión
Durante la vida de Elena G. de White, la cuestión de la orde-
nación de la mujer no fue un asunto prioritario en su agenda. Sus