El ministerio en el vecindario
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de los enemigos de Dios, en lugar de tener el elevado deseo y la
determinación de propósito de buscar la aprobación de Dios. El es
quien te da la vida y cada cosa que puedes gozar.
Dejo estas líneas escritas con premura, contigo; y oro para que
puedan hacerte bien. Te ruego buscar al Señor. Ora mucho; ora
y llora. Humíllate delante del Señor confiando únicamente en los
méritos de un Salvador crucificado y resucitado; un Salvador que
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intercede justamente por almas contaminadas del pecado como la
tuya. Si otros no te ayudan como tú piensas que debieran hacerlo,
no te desanimes. El tuyo es un caso de vida o muerte. Los ángeles
de Dios miran con interés para saber si serás vencida por Satanás o,
en cambio, si serás vencedora mediante la eficacia de la sangre de
Cristo, y colocarás a Satanás bajo tus pies. ¿Elegirás a Cristo como
tu parte para siempre?
Ora, María; ora fervorosamente. En primer lugar para que Dios
te revele el pecado y la corrupción de tu propio corazón. Que este
deseo esté siempre delante de ti, porque es importante que te veas
pecadora para sentir la necesidad de buscar perdón mediante la
sangre de Cristo. Tu segunda oración debiera ser:—Revélate a ti
mismo en mí; revélame tu misericordia y el valor de tu sangre. Toma
cuidado de la vida eterna. Tú has comprobado ya el poco valor de las
cosas terrenales, y me extraña que aún manifiestes tan poco interés
en llegar a ser cristiana. Pero es comprensible, si has hecho de tu
apariencia personal tu ídolo. Dios no puede morar en el corazón o
la mente de aquel en quien el yo reina supremo. Y Satanás puede
usar tu buena apariencia para tu propia destrucción. Si tuviera éxito,
probaría que ésta ha sido la mayor maldición en tu vida.
¿Qué es la apariencia por sí sola? ¿Qué significa una buena figura
sin dignidad moral, bondad de corazón y nobleza de mente? Es sólo
un barniz que agrada a cierta clase de gente, pero que perecerá en
el día de Dios, dejando ver sólo la deformidad corrupta del pecado.
Busca el cielo; busca la verdadera humildad, y Dios dirigirá tu
camino.—
Carta 2, 1865
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