La maternidad
189
les a pedirle perdón a Dios por ser malhumorados e impacientes.
Criad a vuestros hijos en disciplina y amonestación del Señor. Que
sean hombres y mujeres de oración. Aferrémonos de la naturaleza
divina y escapemos de la corrupción que hay en el mundo por la
lascivia. Entonces tendremos el seguro de la vida eterna; esa vida
que se mide con la vida de Dios. Entonces, junto con los rescatados
y redimidos de sobre la tierra que estarán en la ciudad de Dios,
podréis presentaros delante del Señor, diciendo: “He aquí, yo y los
hijos que me dio Jehová”.
Isaías 8:18
. Entonces el arpa será colo-
cada en vuestras manos, y vuestras voces se elevarán en cantos de
adoración a Dios y al Cordero, por cuyo sacrificio habéis sido hecho
participantes de su naturaleza divina, y habéis recibido la herencia
inmortal en el reino de Dios.—
The Review and Herald, 14 de enero
de 1909
.
Las madres deben alentar a sus hijos
—Cuandoquiera que la
madre pueda dar una palabra de felicitación por la conducta de sus
hijos, debiera hacerlo. Debiera alentarlos con su palabra y aprobarlos
con su mirada amorosa. Esto será como la luz del sol en el corazón
de un niño y lo llevará a cultivar el respeto propio y la dignidad de
carácter.—
Testimonies for the Church 3:532 (1875)
.
La importancia de los hábitos formados en la juventud
—
Los niños tienen derechos que sus padres debieran reconocer y
respetar. Tienen el derecho a una educación y entrenamiento que
los haga útiles y respetados miembros de la sociedad presente y
que les brinde la idoneidad moral para ser miembros de la sociedad
[206]
santa y pura del más allá. Se les debiera enseñar a los jóvenes que su
bienestar presente y futuro depende en gran medida de los hábitos
que formen durante la niñez y juventud. Debiera acostumbrárselos
a ser sumisos y generosos, y a tener consideración por la felicidad
de otros. Debiera enseñárseles a sujetar el temperamento rudo y
las palabras apasionadas, y a mostrar constante cortesía, bondad y
dominio propio. Los padres y las madres debieran dedicar su vida a
desarrollar en sus hijos un carácter tan perfecto como puede lograrlo
el esfuerzo humano combinado con la ayuda divina. Al traer hijos
al mundo, los padres aceptan esta tarea con toda su importancia y
responsabilidad.—
The Review and Herald, 21 de marzo de 1882
.