Página 217 - Hijas De Dios (1999)

Basic HTML Version

Cuando llega la aflicción
213
hasta que el Dador de la vida la llame para cambiar esta cárcel por
una brillante inmortalidad. Jesús es su Salvador ahora, y es quien,
con su presencia, hace de cualquier lugar un cielo. Su vida, mi amada
hija, está escondida con Cristo en Dios; y cuando Cristo, que es su
vida, se manifieste, usted también se manifestará con él vestida de
inmortalidad y vida eterna. ¿Contemplará la gloria de Cristo llena de
gracia, misericordia y paz en su debilidad? ¿Se acercará a él como
la aguja se torna al imán?
Quizá no todos sus días sean claros y gozosos; pero no se an-
gustie por ello. Espere y confíe demostrando su fe, mansedumbre y
paciencia. Aun ahora su vida puede ser una lección para todos, mos-
trándoles que se puede ser feliz a pesar de la aflicción y la pérdida de
las fuerzas. Cuando el alma pasa por aguas profundas, la presencia
de Dios hace santa la habitación de sus santos que agonizan. Su
paciente espera y su constante gozo muestran que tiene la ayuda
de un poder invisible; y eso es un poderoso testimonio en favor del
cristianismo y del Salvador que se ama. Estas pruebas tienen un
poder transformador para refinar, ennoblecer, purificar y capacitar
para las mansiones eternas.
¡Oh, sí! los últimos días de un creyente pueden ser fragantes,
porque los rayos del Sol de justicia brillan a través de esa vida
difundiendo una fragancia constante. ¡Cuántas razones tenemos para
gozarnos, siendo que nuestro Redentor derramó su preciosa sangre
sobre la cruz en expiación por nuestros pecados, y por su obediencia
hasta la muerte nos brindó justicia eterna! Usted sabe que él hoy
está a la diestra del Padre, como nuestro Salvador y como Príncipe
de la vida. No hay otro nombre a quien podamos confiar nuestros
[232]
intereses eternos; sólo en él podemos descansar plenamente. Usted
lo ha amado a él; y aunque a veces su fe puede haber sido débil y su
convicción confusa, Jesús es su Salvador. El no la salva porque usted
sea perfecta, sino porque necesita de él, y ha confiado en él. Jesús la
ama, mi preciosa amiga. Con confianza puede cantar: “Bajo sus alas
mi alma estará, salva y segura por siempre”.—
Carta 46, 1879
.