Página 222 - Hijas De Dios (1999)

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Hijas De Dios
Enfrentando la viudez
Elena G. de White había conocido hacía poco tiempo a la Hna.
Lons. Cuando el esposo de esta hermana murió, le escribió la si-
guiente carta llena de amor y simpatía hacia su nueva amiga
.
Querida Hna. Lons: Me alegra haberla conocido y haber unido
mi corazón con el suyo. Junto con la Hna. Brown, las tres hemos
sido dejadas en la viudez, pero hemos recibido la bendición de
Dios; él no nos ha fallado en nuestro tiempo de prueba. Ha sido
para nosotros una ayuda presente en tiempo de necesidad. Nos
ha permitido experimentar individualmente la resignación frente a
la aflicción y la paciencia frente a las más severas pruebas, para
desarrollar, como niños, una humilde e inocente confianza en él.
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Hemos aprendido, en medio de las oscuras providencias, que no
es sabio seguir nuestro propio camino, ni hacer conjeturas y refle-
xiones acerca de la fidelidad de Dios. Creo que podemos simpatizar
entre nosotras y entendernos; nos ha unido la gracia de nuestro Señor
Jesucristo, y nos han unido lazos sagrados nacidos en la aflicción.
Si no nos encontramos más en esta tierra, igual tendremos me-
morias inolvidables de nuestra amistad con la familia. Me alegra
haberla conocido, y creo que fue la providencia de Dios que llegara
a ser parte de la familia Brown. El Señor la ha utilizado como su ins-
trumento de justicia en su asociación con esa familia, especialmente
con la Hna. Brown. Tengo tiernos sentimientos hacia ambas, pues
puedo entender vuestras penas.
A menudo las misericordias vienen disfrazadas de aflicciones; no
podemos saber lo que hubiera ocurrido sin ellas. Cuando Dios, en su
misteriosa providencia, cambia nuestros planes y torna nuestro gozo
en tristeza, debemos inclinarnos en sumisión y decir: “Sea hecha
tu voluntad, Señor”. Debemos mantener una calmada confianza en
Aquel que nos ama y dio su vida por nosotros. “De día mandará
Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi
oración al Dios de mi vida. Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has
olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del
enemigo?... ¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas
dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación
mía y Dios mío”.
Salmos 42:8-11
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