Página 243 - Hijas De Dios (1999)

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Apéndice b—El ministerio público de Elena G. de White
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perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
1 Juan
1:9
.—
The Review and Herald, 19 de abril de 1887
.
Un caso notable en Australia
—El sábado 25 de mayo tuvimos
una hermosa experiencia en el salón donde nuestro pueblo se reunía
en en el norte de Fitzroy. Varios días antes de la reunión se me había
pedido que hablara a la iglesia el sábado, pero desafortunadamente
tenía un fuerte resfrío y estaba afónica. Sentía deseos de excusarme
por mi salud. Pero siendo que era mi única oportunidad, pensé: “Voy
a presentarme delante del pueblo creyendo que Dios responderá mis
fervientes oraciones y sanará mi afonía a fin de poder presentar el
mensaje a la gente”. Le recordé a mi Padre su promesa: “Pedid, y se
os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel
que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá...
Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará buenas cosas a los
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que le pidan?”. Y nuevamente Cristo dice: “Todo lo que pidiereis al
Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el
Hijo”.
Mateo 7:7-8
;
Juan 14:13
.
La Palabra de Dios es segura; lo había pedido, y creía que sería
capacitada para hablar a la gente. Había seleccionado una porción
de la Escritura, pero cuando me paré a hablar se me fue de la mente,
y fui impresionada a referirme al primer capítulo de la segunda carta
del apóstol Pedro. Y el Señor me dio plena libertad para hablar del
valor de la gracia de Dios. ¡Cuánto debemos apreciar su gracia!
El apóstol dice: “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el cono-
cimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas
que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su
divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por
su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas
y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser partici-
pantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que
hay en el mundo a causa de la concupiscencia”.
2 Pedro 1:2-4
.
Al final de la predicación me sentí impresionada por el Espíritu
de Dios a extender una invitación a todos los que deseaban entregarse
plenamente al Señor, que pasaran al frente... Lo hicieron cerca de
treinta personas, entre ellas las esposas de dos hermanos que por
primera vez manifestaban su deseo de acercarse a Dios. Mi corazón
se llenó de gratitud a Dios por la decisión de estas dos mujeres.