Página 244 - Hijas De Dios (1999)

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Hijas De Dios
Entonces comprendí por qué había sido impresionada a hacer esa
invitación. Al principio dudé en hacerla debido a que solamente mi
hijo y yo estábamos allí para ayudar a los que pasaran. Pero sentí
como si una voz me hubiera hablado, y el pensamiento llegó a mi
mente: “¿No puedes confiar en el Señor?” Entonces respondí: “Lo
haré, Señor”.
Aunque mi hijo se mostró muy sorprendido de que hiciera tal lla-
mado en esa ocasión, estuvo listo para responder. Nunca lo escuché
hablar con tanto poder y sentimiento como en esa ocasión. Llamó
a los Hnos. Faulkhead y Salisbury al frente, y nos arrodillamos en
oración. Mi hijo hizo la primera oración, y seguramente el Señor
aceptó su petición, porque la hizo como si estuviera en la misma
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presencia de Dios. Los dos hermanos también elevaron fervientes
oraciones, y cuando me tocó el turno a mí, el Señor nuevamente me
dio la voz para orar. Recordé en mi oración a las dos hermanas que
por primera vez habían hecho su decisión pública por la verdad. El
Espíritu Santo estaba en la reunión y muchos fueron conmovidos
por sus llamados.
Al finalizar la reunión, muchos llegaron hasta la plataforma
para tomarnos de la mano y pedir con lágrimas que oráramos por
ellos. Les prometí hacerlo. Entonces nos presentaron las hermanas
que habían tomado su decisión; hallé que sus corazones eran muy
tiernos...
La madre de una de estas hermanas que se habían decidido
públicamente por la verdad, había sido una amarga opositora, y
había amenazado a su hija que si decidía guardar el sábado, no
le permitiría entrar más a su casa puesto que la consideraría una
desgracia para la familia.
La misma hermana que ahora había tomado la decisión, había
declarado que nunca se uniría a los adventistas. Había sido criada en
la fe presbiteriana, y había sido educada a pensar que era impropio
que una mujer hablara en la iglesia, y mucho menos predicar. Había
gozado las predicaciones de los pastores Daniells y Corliss, y pensa-
ba que eran buenos predicadores; pero ella nunca escucharía a una
mujer predicadora. En cambio, su esposo le había pedido al Señor
que arreglara las cosas de tal manera que ella pudiera ser convertida
mediante el ministerio de la Hna. White.