Página 36 - Hijas De Dios (1999)

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Hijas De Dios
en las aldeas era dura; la gente era saqueada y huía a las ciudades
fortificadas para tener protección. Dios levantó a Débora, que fue
como una madre amante para Israel. Mediante ella, Dios envió un
mensaje a Barac, a fin de que se preparase para enfrentar a Sísara, el
capitán del ejército de Jabín. Barac rehusaba ir a menos que Débora
lo acompañase. Ella consintió en ir, pero le previno que la victoria
sobre Sísara sería entonces acreditada a una mujer.
Debido a su idolatría, los israelitas se habían separado de Dios,
y eran gravemente oprimidos por sus enemigos. Las propiedades, y
aun las vidas del pueblo corrían peligro constante. Las aldeas y las
moradas aisladas fueron abandonadas, y el pueblo se congregó en
las ciudades fortificadas. Los caminos estaban desiertos y la gente se
movía de lugar en lugar por senderos no frecuentados. En los pozos
que proveían el agua, muchos eran robados e incluso asesinados.
Para empeorar las cosas, los israelitas no estaban armados. Entre
cuarenta mil hombres, no se encontraba ni una espada ni una lanza.
Por veinte años, los israelitas gimieron bajo el yugo opresor.
Entonces se volvieron de su idolatría, y con humildad y arrepenti-
miento clamaron a Dios por su liberación. Y su clamor no fue en
vano. En ese tiempo moraba en Israel una ilustre mujer conocida
por su piedad; se llamaba Débora, y Dios eligió liberar a su pueblo
mediante ella. Débora era conocida como profetisa, y en ausencia
de los magistrados regulares, la gente acudía ante ella para buscar
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consejo y justicia.
El Señor comunicó a Débora su propósito de destruir a los enemi-
gos de Israel. Se le ordenó buscar a un hombre llamado Barac, de la
tribu de Neftalí, y darle las instrucciones que había recibido. Barac
debía reunir diez mil hombres de las tribus de Neftalí y Zabulón, e
ir a la guerra contra los ejércitos del rey Jabín.
Barac era consciente de cuán desanimados, esparcidos y desar-
mados estaban los hebreos, y de la fuerza y habilidad de sus enemi-
gos. Aunque había sido designado por el mismo Señor para liberar a
Israel, y había recibido la seguridad de que Dios iría con él y subyu-
garía a sus oponentes, todavía actuaba en forma tímida y desconfiada.
Aceptaba el mensaje de Débora como palabra de Dios, pero tenía
poca confianza en Israel y temía que no obedecieran su llamado a las
armas. Rehusaba entrar en tan dudosa empresa, a menos que Débora
lo acompañase y apoyase sus esfuerzos con su influencia y consejo.