Mujeres notables del Antiguo Testamento
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Débora consintió, pero le advirtió que por su falta de fe, la victoria
no le traería honores a él, sino que Sísara sería entregado en manos
de una mujer...
Los israelitas habían obtenido una posición fuerte en las monta-
ñas, y esperaban la oportunidad favorable para el ataque. Animado
por las palabras de Débora de que el día de una victoria señalada
había llegado, Barac dirigió su ejército hacia la llanura y cargó con
bravura sobre el enemigo. El Dios de la batalla peleó por Israel, y
ni la habilidad guerrera, ni la superioridad numérica, ni las mejores
armas, pudieron resistirlos. Las huestes de Sísara entraron en pánico.
Aterrorizados, solamente buscaban cómo escapar. Un gran número
fue muerto, y la fuerza del ejército invasor fue destruida. Los israeli-
tas actuaron con fervor y coraje, pero únicamente Dios podía haber
desarticulado al enemigo, y la victoria debía atribuirse sólo a él.
Cuando Sísara vio que su ejército era derrotado, abandonó su
carruaje e intentó escapar a pie, como un soldado común. En su
huida se aproximó a la tienda de Heber, uno de los descendientes de
Jetro. En ausencia de Heber, Jael, su esposa, le ofreció una bebida
refrescante y oportunidad para reposar. Pronto el cansado general se
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había dormido.
Al principio Jael no sabía quién era su huesped, y resolvió es-
conderlo. Pero alertada de que era Sísara, el enemigo de Dios y
de su pueblo, cambió de opinión. Venciendo su rechazo natural a
realizar tal acto, mató al enemigo mientras dormía, atravesándole
una estaca entre sus sienes y afirmándolo al suelo. Cuando Barac,
en persecución de su enemigo, pasó por el lugar, fue llamado por
Jael para que contemplara al vanaglorioso capitán muerto... por las
manos de una mujer.
Débora celebró el triunfo de Israel con un canto sublime y apa-
sionado. En él, le dio a Dios toda la gloria por su liberación, y llamó
al pueblo a alabarlo por sus maravillosas obras. Alertó a los reyes y
príncipes de las naciones vecinas acerca de lo que había hecho Dios
por su pueblo, y los previno de no intentar dañarlos. Mostró que
el honor y el poder pertenecen a Dios, y no a los hombres o a sus
ídolos. Recordó las majestuosas manifestaciones del poder divino
en el Sinaí. Con un lenguaje exuberante, comparó la indefensa y
angustiante condición de Israel bajo la opresión de sus enemigos,