Página 40 - Hijas De Dios (1999)

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Hijas De Dios
tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de
mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora”.
El sumo sacerdote se conmovió profundamente, porque era hom-
bre de Dios; y en lugar de continuar reprendiéndola, pronunció una
bendición sobre ella: “Vé en paz, y el Dios de Israel te otorgue la
petición que le has hecho”.
Le fue otorgado a Ana lo que había pedido; recibió el regalo por
el cual había suplicado con tanto fervor. Cuando miró al niño, lo
llamó Samuel, “demandado de Dios”.—
Historia de los Patriarcas y
Profetas, 614-616 (1890)
.
Durante los primeros tres años de vida del profeta Samuel, su
madre cuidadosamente le enseñó a distinguir entre el bien y el mal.
Buscaba en cada objeto familiar que los rodeaba la oportunidad de
dirigir sus pensamientos hacia el Creador.
Con gran renunciamiento, y en cumplimiento del voto que había
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hecho de entregar su hijo al Señor, lo dejó al cuidado de Elí, el su-
mo sacerdote, para que fuera entrenado en el servicio a la casa de
Dios. Aunque la juventud de Samuel transcurrió en el tabernáculo
dedicado al culto a Dios, no estuvo libre de malas influencias o
ejemplos pecaminosos. Los hijos de Elí no temían a Dios ni hon-
raban a su padre; pero Samuel no buscó su compañía ni siguió sus
malos caminos. Su temprano entrenamiento lo llevó a mantener su
integridad cristiana. ¡Cuán grande fue la recompensa de Ana! ¡Y
cuánto alienta a ser fiel el ejemplo de ella!—
The Review and Herald,
8 de septiembre de 1904
.
De Silo, Ana regresó quedamente a su hogar en Ramatha, dejan-
do al niño Samuel para que, bajo la instrucción del sumo sacerdote,
se le educase en el servicio de la casa de Dios. Desde que el niño
diera sus primeras muestras de inteligencia, la madre le había ense-
ñado a amar y reverenciar a Dios, y a considerarse a sí mismo como
del Señor. Por medio de todos los objetos familiares que le rodea-
ban, ella había tratado de dirigir sus pensamientos hacia el Creador.
Cuando se separó de su hijo no cesó la solicitud de la madre fiel
por el niño. Era el tema de las oraciones diarias de ella. Todos los
años le hacía con sus propias manos un manto para su servicio; y
cuando subía a Silo a adorar con su marido, entregaba al niño ese
recordatorio de su amor. Mientras la madre tejía cada una de las
fibras de la pequeña prenda rogaba a Dios que su hijo fuese puro,