Página 58 - Hijas De Dios (1999)

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Hijas De Dios
Cuando Jesús le preguntó a Marta: “¿Crees esto?”, ella le res-
pondió con una confesión de fe: “Yo he creído que tu eres el Cristo,
el Hijo de Dios, que has venido al mundo”. Con esto Marta declaró
su fe en Jesús como el Mesías, y reafirmó su creencia de que él
podía realizar todo aquello que se propusiera. Jesús le solicitó que
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llamase a María y a los amigos que habían llegado para consolar a
estas afligidas mujeres. María llegó y se prostró a sus pies, dicién-
dole también: “Señor, si hubieses estado aquí, no habria muerto mi
hermano”. Al ver toda esta angustia, Jesús “se estremeció en espíritu
y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven
y ve”.
Vers. 26-34
. Entonces, todos juntos se dirigieron a la tumba
de Lázaro, que era una cueva con una piedra puesta encima.—
The
Spirit of Prophecy 2:362-363 (1877)
.
En todo lo que hacía, Cristo cooperaba con su Padre. Siempre se
esmeraba por hacer evidente que no realizaba su obra independien-
temente; era por la fe y la oración cómo hacía sus milagros. Cristo
deseaba que todos conociesen su relación con su Padre. “Padre—
dijo—, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me
oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para
que crean que tú me has enviado”.
Vers. 41-42
. En esta ocasión, los
discípulos y la gente iban a recibir la evidencia más convincente de
la relación que existía entre Cristo y Dios. Se les había de demostrar
que el aserto de Cristo no era una mentira.
“Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!”.
Su voz, clara y penetrante, entra en los oídos del muerto. La divinidad
fulgura a través de la humanidad. En su rostro, iluminado por la
gloria de Dios, la gente ve la seguridad de su poder. Cada ojo está
fijo en la entrada de la cueva. Cada oído está atento al menor sonido.
Con interés intenso y doloroso, aguardan todos la prueba de la
divinidad de Cristo, la evidencia que ha de comprobar su aserto de
que es Hijo de Dios, o extinguir esa esperanza para siempre. Hay
agitación en la tumba silenciosa, y el que estaba muerto se pone
de pie a la puerta del sepulcro. Sus movimientos son trabados por
el sudario en que fuera puesto, y Cristo dice a los espectadores
asombrados: “Desatadle, y dejadle ir”. Vuelve a serles demostrado
que el obrero humano ha de cooperar con Dios. La humanidad ha
de trabajar por la humanidad. Lázaro queda libre, y está de pie ante
la congregación, no demacrado por la enfermedad, ni con miembros