Página 149 - La Historia de la Redenci

Basic HTML Version

La entrada en la tierra prometida
145
La toma de Jericó
“Llamando, pues, Josué hijo de Nun a los sacerdotes, les dijo:
Llevad el arca del pacto, y siete sacerdotes lleven bocinas de cuerno
de carnero delante del arca de Jehová. Y dijo al pueblo: Pasad, y
rodead la ciudad; y los que están armados pasarán delante del arca de
Jehová. Y así que Josué hubo hablado al pueblo, los siete sacerdotes,
llevando las siete bocinas de cuerno de carnero, pasaron delante del
arca de Jehová y tocaron las bocinas; y el arca del pacto de Jehová
los seguía.
“Y los hombres armados iban delante de los sacerdotes y tocaban
las bocinas, y la guardia iba tras el arca, mientras las bocinas sonaban
continuamente. Y Josué mandó al pueblo diciendo: Vosotros no
gritaréis, ni se oirá vuestra voz, ni saldrá palabra de vuestra boca,
hasta el día que yo os diga: Gritad; entonces gritaréis. Así que él
hizo que el arca de Jehová diera una vuelta alrededor de la ciudad, y
volvieron luego al campamento, y allí pasaron la noche”.
La hueste hebrea marchaba en perfecto orden. Primero iba un
grupo selecto de hombres armados, revestidos de sus atuendos mili-
tares, no para manifestar su pericia con las armas, sino para creer y
obedecer las órdenes que se les dieran. A continuación seguían siete
sacerdotes con trompetas. Enseguida venía el arca de Jehová, de oro
resplandeciente, con un halo de gloria que la envolvía, llevada por
[184]
sacerdotes cubiertos de sus ricas vestimentas especiales que ponían
de manifiesto su cargo sagrado. El vasto ejército de Israel seguía en
perfecto orden, y cada tribu avanzaba bajo su respectivo estandarte.
Así rodearon la ciudad con el arca de Dios. No se escuchaba ruido
alguno a no ser las pisadas de la poderosa hueste, y el solemne soni-
do de las trompetas, cuyos ecos se extendían por las colinas y por
toda la ciudad de Jericó.
Con asombro y alarma los vigías de la ciudad condenada ob-
servaban cada movimiento y lo comunicaban a los que ejercían
autoridad. No podían decir qué significaba todo ese espectáculo.
Algunos se burlaban de la idea de que la ciudad pudiera ser tomada
de esa manera, pero otros estaban despavoridos al contemplar el es-
plendor del arca y el aspecto solemne y digno de los sacerdotes y del
ejército de Israel que los seguía, con Josué al frente. Recordaban que
cuarenta años antes el Mar Rojo se había partido en dos ante ellos, y